Hay que tratar de no
confundirnos. Una cosa es lo que imaginamos, lo que fantaseamos, lo dulce que
nos parece “la idea de…” y otra muy distinta, cuando la realidad se hace
presente.
Queremos algo con
mucha vehemencia. Lo suponemos maravilloso, lo engrosamos en sus bondades, nos
deleitamos con su ensoñación y estamos expectantes hasta que llega…
Más tarde, frente a
la realidad nos topamos con la verdad; a veces nada coincidente con nuestras
suposiciones.
Veamos:
…”Cuentan que había un
rey a quien le gustaban mucho los dragones. Se hizo un gran experto en esta
materia y su palacio estaba decorado con obras de arte que recreaban todo tipo
de dragones, gran parte de sus joyas representaban dragones y su ropa estaba
decorada con motivos de dragones. En sus jardines manaban fuentes con dragones
de piedra e instauró una gran fiesta llamada el Festival del Dragón. Incluso
afirmaba que sería capaz de dar cualquier cosa con tal de tener la oportunidad
de ver a un dragón si es que éstos hubiesen existido.
Una noche, un fuerte
ruido lo despertó. Un enorme animal estaba introduciendo su cabeza por la
ventana y, al abrir sus fauces, lanzó una llamarada que casi alcanzó al rey.
Era un dragón. El aterrorizado monarca llamó a gritos a su guardia, que acudió
en tropel armada hasta los dientes.
-¡Matad a esa bestia!
-ordenaba el rey fuera de control. Al cabo de una cruenta pelea, el
extraordinario animal yacía muerto a las puertas de palacio.
Desde ese momento, al
rey dejaron de gustarle los dragones.”
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