No
me gusta prometer. Me gusta comprometerme conmigo, dentro de mí y asegurarme
que haré lo que pretendo hacia la otra persona, pero sin asegurarlo.
No
me gusta dar esperanzas si no sé bien si puedo cumplirlas.
Dudo
bastante de las personas demasiado amables desde el minuto cero y de las que
rápidamente te llaman “vida”, “corazón” o “cariño” sin apenas conocerte.
La
amabilidad es una cualidad exquisita pero que debe moverse dentro de unos límites.
No sobrepasar la zona íntima de comunicación si no estamos en ella, ni tampoco
sobrevalorar reiteradamente a la persona que tenemos delante, sin más.
Detrás
de la excesiva amabilidad hay personajes incluso peligrosos. La psicopatía
lleva como bandera una personalidad encantadora, amabilísima y seductora con
arrebato. Hay líneas que no debemos pasar.
Ser
amable es muy importante y en realidad, si lográsemos movernos en una
amabilidad suave a todos nos iría mejor. Pero hay formas y formas. Modos y
maneras de acompañar la amabilidad. El lenguaje no verbal expresa, en muchísima
mayor medida, lo que con palabras no decimos.
Seducir
es un reto que algunas personas convierten en profesión. Es como si obtener una
sonrisa, un tono más dulce o un comentario cercano supusiese una conquista sin
remisión. Otras personas, siempre están receptivas a la amabilidad y la
entienden confusamente como insinuación o aceptación de algo diferente.
Debemos
acometer con cuidado la adulación, tanto si la empleamos como si somos
receptores de ella. No siempre las palabras quieren decir lo que dicen, ni
siempre los oídos escuchan lo que oyen.
En
todo, para todo, hay una medida justa. Es un poco como la comida. ¿Demasiada
sal?, ¿demasiado azúcar?...el exceso estorba y todo lo convierte en otra
cosa.
Seamos
amables. Sepamos serlo.
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