No
cabe duda que el pegamento de los sentimientos es la confianza. Hablar de
confianza es hablar de creencia en el otro, de compromiso y respeto; de permiso
y reciprocidad.
No
podemos pretender vínculos fuertes sin confiar. Por fuerte que sea el edificio
olerá a derrumbe muy pronto, si no es así. Siempre se puede recibir engaños
pero en ese caso, es la otra persona la que decide, la que tiene la llave en su
mano, la que deja escapar la lealtad.
A nosotros nos resta la satisfacción de
quedarnos dentro muy seguros de lo que queremos y sin culpas ni remordimientos
de aquello que nos saltamos.
No
hay mayor vínculo que el compromiso en libertad. Hacer lo que se haga porque
uno quiere. Las imposiciones del tipo que sean siempre fracasan.
También
es cierto que hay un tipo de personas cuya conducta no se altera por nada, que
no reconoce la culpa y que la fiesta no va con ellos si algo va mal. En ese
caso debe darnos igual, de la misma forma.
Cada uno que construya su vida con la argamasa
que quiera porque aunque crea que es la mejor, si no lo es de todas las formas
la vida se encargará de recordarle, en algún momento incluso no conectado con
el suceso que experimenta, que hay una ley de la compensación; el boomerang que
un día regresa con lo mismo que lanzamos.
Confiar
es un alto privilegio que solamente goza quien lo ejerce. El engaño de la otra
parte, no es nuestro, siempre será suyo. Algún día se encontrará con lo mismo,
sea consciente o no de su actuación.
La
vida es muy simple. Funciona así. Para bien y para mal. Porque en realidad, no
hay tales categorías, sino acciones que tienen reacciones; cusas que generan
consecuencias.
Y
ya está. Así de fácil.
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