El
otro día, en una conversación, alguien dijo esta frase:…”escucha a tu cuerpo”.
Me
dejó pensativa.
Efectivamente
pasamos muy rápido por las horas, los días, las estaciones…los años. Y siempre
vamos con prisa. Atendemos a una infinidad de reclamos, pretendemos abarcarlo
todo, no faltar en nada y si de algo nos pasamos que sea de sobrar.
El
cuerpo se resiente, somatiza y nos da señales, que en muchas ocasiones, no
hacemos caso.
Nos
duele la cabeza, el estómago, nos sentimos cansados…pero eso siempre pasa a un
segundo plano. Tenemos mucho que hacer, mucho que trabajar, muchas cosas que
resolver.
Nosotros somos siempre lo último.
Nos
han enseñado a estar disponibles, a ayudar, a remontar nuestras fuerzas y a
soportar mucho y más.
No
estamos atentos a lo que el cuerpo nos quiere decir. No escuchamos sus
mensajes. No hacemos caso a sus llamadas.
Un
día tras otro esto se repite.
Tenemos
que parar un rato al día. Lograr un momento silencioso para nosotros. Escuchar
al cuerpo. Repasar tramo a tramo desde la cabeza a los pies.
¿Dónde
se esconde el malestar?¿dónde el dolor?¿en qué parte se focaliza la ansiedad?...¿qué
nos está diciendo estos síntomas?
Es
difícil escuchar. No estamos acostumbrados a ello y menos al cuerpo que parece
que siempre está ahí, dispuesto a resistir sin rechistar, pero debemos hacerlo.
La
enfermedad es la respuesta que él nos dará si no le hacemos caso. A veces nos sirve
para parar, otras nos frena en seco.
Merece
la pena escucharle, incluso mantener un diálogo interno con él. Merece la pena
parar un rato y observar lo que le sucede. Merece la pena poner remedio a la
prisa. Reconocer, en definitiva, los límites que tiene y ayudarle a mantener el
nivel de equilibrio que siempre estará a nuestro favor.
Las
emociones pasan factura, se somatizan y deciden el rumbo de nuestra vida.
Escucha
a tu cuerpo, desde una mente serena.
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