Nos pasan cosas.
Unas veces esperadas, otras absolutamente impensables. La capacidad de resistir
la frustración, el dolor y la tristeza es lo que nos define en el modo de
enfrentarnos a ello.
El paisaje de nuestra
vida nunca es el mismo. Lo peor es que muchas veces queremos detener la imagen
y creemos que podemos hacerlo, pero en realidad nos auto engañamos; no se
puede.
El escenario cambia;
también los personajes. Ni siquiera nosotros somos los mismos. Tampoco las
personas que se van cruzando en nuestra vida. Unas nos dicen adiós; otras nos
saludan para dar un nuevo espacio a la
escena que de algún modo volverá a cerrarse algún día.
La vida es así. Como
una película. Con secuencias diferentes aunque estén engranadas en un mismo
vector.
Comenzamos la semana
con una reflexión sobre este film que protagonizamos y en el que ganamos o
perdemos cuanto más cerca o lejos estemos de sentirnos bien.
Feliz comienzo.
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Todos
esos lugares nos enseñan algo que tenemos que aprender.
A
veces nos quedamos quietos en un lugar por un tiempo, otras veces por toda esta
vida y eso en definitiva es el destino que construimos nosotros mismos,
entrelazado con otros seres que nos acompañan en la marcha.
Nada
es permanente, pero lo que hoy no es, puede llegar a ser y lo que hoy es, puede
dejar de ser.
Elegimos
que sendero caminar, solos o acompañados, y a veces predestinados a
encontrarnos los unos en los otros. Cuando ese camino te lleva a la evolución
del ser, todo fluye; y cuando te pierdes y no te encuentras reflejado en los
pasos que das, te estancas.
Haz
un alto en la marcha, para ver hacia donde te diriges, o para ver si te
sientes bien dónde estás con quienes caminas o sigue en soledad, pero
dejando que tu corazón sea la única brújula confiable que te
muestre el sendero a seguir en adelante.”
Elida
Betancor
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