Todos
queremos cambiar alguna vez en la vida. O bien dejar algo; o adquirirlo. Ser de
otra forma, perder costumbres o ganarlas. Porque al fin y al cabo, todo en la
vida es pura rutina.
Aprendemos
las habilidades básicas del comportamiento repitiendo acciones. Incluso esa
forma de reiterar comportamientos,
termina afectando a las relaciones, los sentimientos, los miedos…
Lo
positivo de esta forma de aprender por imitación y repetición, está en la posibilidad
de modificar lo que hemos adquirido. Desandar lo andado, desaprender lo
aprendido.
Nos
acostumbramos a todo. Eso es lo malo…y lo bueno, a veces.
Si
la vida se normaliza con rutinas, éstas pueden servirnos para empezar nuevos
caminos, para olvidar o para continuar en lo correcto.
Sigo
pensando, cada vez con más fuerza, que todos sabemos de qué abismos debemos apartarnos
y que mares de paz deben ser nuestro remanso.
Muchas veces estamos confusos o seguimos la
inercia de la costumbre. Estamos ahí, apegados a sufrimientos sin saber cómo
desengancharnos de las finas pero fuertes cuerdas de la dependencia.
Estamos así, en un continuo devenir cuya
trayectoria se desenvuelve de forma clara y sencilla si logramos cambiar de
hábitos, de situaciones, de paisajes, de personas, de sonidos, de olores, de
sabores e incluso de espejo.
Mirarnos
todos los días en el mismo nos devuelve la misma imagen. También repetida. Hay
más espejos. Quien tienes al lado es uno.
Comienza
a ver lo que no te gusta y empezarás a querer sanarlo.
No
vale con intentar. Intentar lleva consigo un “no”. Parece que nos escudamos en
él y descansamos la responsabilidad de conseguirlo.
Si
estás en un momento complicado, date tiempo…date espacios…date la posibilidad
de cambiar rutinas, hábitos, costumbres.
Deja
que la vida te sorprenda. No busques. Solamente vive.
La
vida te buscará a ti.
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