Las
necesidades surgen siempre de carencias, de vacíos y de desajustes que uno
lleva consigo desde tiempo atrás.
Alguien,
o algo, llenan esos huecos y sin darnos cuenta nos pegamos a ellos
irremediablemente. Es tan dulce el sentimiento de apego que querríamos estar
así una vida entera, sin darnos cuenta del daño que nos hacemos a nosotros
mismos en ese proceso.
La
independencia afectiva tiene el precio de tener la vida llena en otros campos,
de enfocarnos en aquello que nos cautiva la pasión, de dejarnos llevar por lo
que nos engrandece, por todo lo que nos aporta y suma.
Es
delicioso, para las personas dependientes, contar con el abrigo de otro siempre
presente. En ocasiones, se limitan tanto los campos que incluso el sostén se
necesita para cualquier cosa. Sin embrago, no entendemos entonces que todo está
bien, que debemos estar tranquilos, que tenemos todo lo que necesitamos sin
más.
La
necesidad parte siempre del deseo de que algo nos posea. De estar, en todo
momento, abierto al abrazo de la araña, de querer imperiosamente que el otro
esté en ti.
Ayer
mantuve una conversación con dos amigas acerca de la independencia. En mi caso,
defensora a ultranza del arrope de otro sobre mí; no entendía como la persona
que me contestaba solamente aludía a su espacio personal. A una parcela íntima
a la que no dejaba entrar a nadie y en la que reservaba para sí el mejor tiempo de sosiego.
Hablaba
incluso de los hijos. De su propio gusto, que no el de ellos, de sentirse
libre. Aludía al cambio que ella creía haber descubierto en nuestra generación
de no tener como destino final el cuidado de ellos, en sus casas. No porque sus
obligaciones se lo impidiesen, sino por su propia e inalienable libertad.
Atendí
estupefacta a esta charla porque nunca había pensado en ello desde ese punto.
Los
afectos me echan un pulso siempre. Hasta ahora nunca he sido ganadora pero
habrá que considerar los beneficios de esta conversación.
Los afectos no deben competir con la independencia ni con la libertad; cuando hablamos de codependencia esto es lo más común. La soledad es una gran maestra que cobra alto el precio de sus magistrales clases y enseña el desapego sin temer abandonos.siempre podemos volver aunque ahora veamos la realidad en libertad (sin absolutismos claro). Un abrazo de Julia
ResponderEliminarGracias Xara! necesitaba esta aclaración. Un sentido beso***
ResponderEliminar