Muchas veces
estamos angustiados con nuestra suerte, con la fortuna o la desgracia que nos
toca vivir. No pensamos que cada circunstancia trae encadenadas otras nuevas
que no sabemos cómo acabarán.
En casi todas
nuestras adversidades hay un punto de renovación, de novedad, de nueva vida que
nos aporta lo sucedido. Es difícil verlo cuando se está en el centro del
huracán, sin embargo, si somos capaces de valorarlo después con perspectiva
veremos que efectivamente, de algún modo, en algo…supuso un cambio
transformador.
Veamos este breve
cuento que nos habla de la serenidad ante lo que en un momento determinado
parece una desgracia y de la actitud con la cual debemos recibir lo que a la
vuelta de la esquina puede convertirse en nuestra suerte.
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El dueño de un caballo
cierto día se despertó por la mañana, fue al establo y comprobó que el caballo,
que acababa de comprar el día anterior, había desaparecido. Entonces vinieron
los vecinos a condolerse y a decirle:
-¡Qué mala suerte has tenido! Para un caballo que
tenías y se ha marchado.Y el hombre dijo:
-Sí, sí, así es, así es.
Pasaron unos días y una mañana el buen hombre se encontró con que en la puerta de su casa no solamente estaba su caballo, sino que había traído otro. Vinieron los vecinos y dijeron:
-¡Qué buena suerte la tuya! Ahora eres dueño de dos caballos.
El hombre repuso:
-Sí, sí, así es.
Al disponer de dos caballos ahora el hombre podía salir a montar a caballo con su hijo. Pero un día, el hijo se cayó del caballo y se fracturó una pierna. Vinieron los vecinos y dijeron:
--Mala suerte, muy mala suerte. ¡Si no hubiera venido ese segundo caballo...
El hombre dijo:
-Sí, sí, así es.
Pasó una semana y estalló la guerra. Todos los jóvenes fueron movilizados, menos el hijo herido al caerse del caballo. Y vinieron de nuevo los vecinos a ver al padre y le dijeron:
-¡Tú sí que tienes buena suerte! Tu hijo se ha librado de la guerra.
Y el hombre comentó:
-Sí, sí, así es.
La narración es un ejemplo de la ecuanimidad y también de cómo los propios hechos de la existencia (la rueda de la vida que gira y gira) habría que aprender a verlos desde la justa perspectiva.
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