Me
he preguntado muchas veces dónde van los besos equivocados, las caricias
perdidas o los sentimientos que han creído en sí mismos para poder existir o
resistir trocitos de vida.
Sin
el ensayo y el error la vida se habría extinguido ya. Sin la colaboración y el
vínculo cada unidad habría caído en el olvido de los dioses. Todo se resume en
una infinita cadena de la que nadie nos podemos evadir.
En
ocasiones uno mira para atrás y piensa en su actuación, en la forma de sortear
obstáculos, en las risas y los llantos que le han acompañado tantas horas y
días. En las personas que llegaron, en las que pasaron rozando solamente los
sentidos, en las que aparecieron de nuevo, en las que calaron hasta el
fondo.
Estoy
segura que todas fueron necesarias. Como modelo o como mal ejemplo. Con
admiración o con rechazo, con afinidad o en contradicción. Todas y cada una nos
enseñaron algo y algo también aprendieron de nosotros. Con todo ello hemos
hecho lo que somos y llegado hasta donde estamos.
Me
pregunto si lo que sucede a cada uno tiene más de un sentido. Si cada
acontecimiento de nuestra vida no pasa solamente para nosotros sino para
quienes nos conocen y nos rodean, porque entonces el puzle que supone la
existencia no podemos completarlo solos.
En
este marco tiene sentido que cuando nos dediquemos un rato a meditar no nos
visualicemos en solitario. Sin duda, los demás tienen un valioso puesto en
nuestra realidad. Para ellos también nuestras peticiones y nuestros deseos
porque de algún modo lo estaremos pidiendo también para nosotros.
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