En
todas las situaciones hay una realidad oculta que muchas veces nos empeñamos en
no ver porque si la tuviésemos en cuenta, si saliese a la superficie, tal vez
actuaríamos de forma muy diferente.
He
llegado a pensar que la mente nos ayuda, que hay una autodefensa natural que
siempre está a favor de la felicidad y que sin duda, el instinto de supervivencia
en cualquier estado emocional, y no solo físico, nos permite una ceguera
parcial que deja tras de un velo lo que podría hacernos daño.
En
todas las situaciones, por buenas que parezcan, hay un lado oscuro. Un precio
que pagar. Una contrapartida fuerte que hemos de aceptar si queremos continuar
hacia delante.
Nada
es gratuito. Nada queda sin pasar factura. No olvida la vida que si te da un
premio lleva anexo un castigo que es precisamente el que agranda la dimensión
de los beneficios emocionales que reporta lo que vivimos.
La
vida actúa como una balanza. Los
platillos tienden al equilibrio y cuando uno de ellos toca fondo y el otro
parece besar la cima, algo está a punto de reventar.
De
vez en cuando, nos da un toque tanto en la felicidad como en la desgracia. Una
sacudida que nos voltea el alma para posicionarnos nuevamente en el centro. No
podemos olvidarnos que existe un punto medio porque hacia él tiende la
homeostasis del corazón para volver a la armonía.
Ni
la excesiva felicidad anuncia su prolongación, ni el intenso dolor perdura
tampoco por siempre.
En
ocasiones, hay que volver al núcleo y caminar de nuevo por él mientras las pasiones
se calman o los odios se deshacen de su
veneno.
Siempre
se ha dicho que en el punto medio está la virtud. Yo sin embargo soy una mujer
de extremos. Es una lección que he recordado hoy que tengo pendiente. Una
asignatura que no termino de superar. Una cuenta que nunca saldo. Pero también
sé que el primer paso para superarlo es saber que hay que hacerlo. En ello
estamos.
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