Acabo de regresar de un Congreso de Educación donde a
todos los que estábamos allí nos preocupaba la forma de enseñar mejor, de
transmitir con más eficacia, de lograr
encantar con mejores fórmulas a nuestros alumnos. Y sin embargo, todo daba
vueltas en torno a metodologías, sistemas informáticos, evaluaciones, cursos y
estrategias de “venta” de conocimientos.
Lo que me
llevé de todo ello, lo mejor…fue una charla privada con una ponente sobre lo
que debería sostener el nuevo mundo que llega y que debe quedar en manos de
nuestro hijos, nuestros nietos y los que les sucedan.
Comentábamos
que lo más importante es migrar la educación que hoy funciona a una nueva forma
de pensar, a un nuevo latir del corazón, a una nueva forma de ser e instalarse
en él.
Todo debería
comenzar por la manera de vernos. No somos lo mejor. No somos el centro del
universo. No somos lo más poderoso. No, lo único. Solo somos parte de…solo
estamos incluidos en…solo funcionamos si…y de ahí debe llegarnos la humildad
necesaria para ver, más tarde, al otro, de forma totalmente distinta. Colaborar
y no competir. Comprender y no juzgar. Cambiar la envidia por voluntad para
conseguir las metas propias y sobre todo compasión ante quien sufre, quien está
en una situación de desamparo, quien no sabe amar o quien solo se guía por el
odio.
El mundo que han de heredar los nuestros ya debería haber
comenzado a ser distinto. Las emociones hablan continuamente e ignoramos su
mensaje. Nos atenazan y no sabemos solucionar la asfixia que producen. Nos
desbordan y no sabemos repartir lo que nos sobra de ellas. Nos llaman a gritos
y no escuchamos más que los ruidos que nos reclaman desde afuera. Siempre lo
que viene de dentro queda para otro día. Para otro lugar, para otro momento.
Cuando ellas tenga una presencia de lujo en los programas
educativos, cuando se haga de su excelencia la clave para que el mundo funcione
bien, cuando se respete la diversidad de cada alumno y su forma de expresarse
desde el interior, cuando se premie el ser y no el repetir…entonces habremos
logrado asentar los pilares de un nuevo espacio y un tiempo distinto. Esos que
están en los bolsillos de cada uno.
Nadie puede cambiar el mundo, pero sí puede tener otra
actitud en el suyo. La vida funciona en ondas expansivas. Concéntricas, como la
piedra que roza el agua del río, por lo que nuestra forma de instalarnos en la
vida diaria se proyectará en los que pelean en ella, codo con codo con
nosotros.
He venido convencida de que el cambio tiene que partir
del corazón de cada uno y ese corazón no puede ignorarse en las aulas.
¡Feliz comienzo de semana!
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