Una de
las peores sensaciones que podemos sentir es la que se deriva del miedo. Nos
limita, atenaza y desfragmenta por dentro. Pone una telaraña tan densa en la
mente que no nos deja pensar con claridad. Ni siquiera podemos desatar las
cadenas con las que cierra la razón y oscurece el pensamiento. Es como si
tuviésemos un punto negro dentro de la cabeza y todas nuestras miradas internas
fuesen acaparadas por él.
El miedo
es nuestro peor enemigo.
El más
tóxico de todos los venenos, y sobre todo, el que se filtra por los poros con
más ponzoña es el miedo al descontrol, a no tener claridad sobre los pasos que
se han de seguir, a no valorar bien la realidad o a sobredimensionar cada
suceso que nos envuelve.
Hay, sin
duda, tipos de miedo diferentes. Miedos light que se pasan con un simple
apretón de manos, miedos coléricos que no logran sino enloquecer al que los
padece, miedos reales que se fundamentan en peligros obvios y miedos fantasmas
que aparecen y desaparecen con la facilidad con la que, de repente, surge
aquello en lo que nos sentimos inseguros.
A la zaga
del odio siempre está el miedo, silencioso y acechante; incapaz de modificar su
código genético a favor de suavizar el áspero tacto del resentimiento. Y cuanto
más está uno convencido de la fortaleza de su rencor, más se hunde en el fango
de la soledad en compañía. Porque el miedo nos hace solitarios, nos encapsula
en una actitud temerosa de la que, a veces, no podemos salir de ninguna forma.
Uno de
los objetivos más deseables, para mejorar cualquier tipo de relación, bien sean
padres, hijos, parejas, amistades…, sería poner límites a los miedos y hacerles
un hueco bien definido al lado de cada cual para que, teniéndoles en cuenta, no
traspasasen la confianza necesaria en los otros.
Hay que
aprender, de la forma que sea, a controlar los miedos. Un camino puede ser
pensando que por el hecho de sentirlos no podemos actuar sobre lo que nos
asusta de ningún modo. Y que por ello mismo, no sirven nada más que para
anularnos e invalidar la razón. Porque sobre todo, hay que darnos cuenta que
para el miedo no hay pastillas, ni médicos que lo resuelvan y que en último
término, nace y muere, muchas veces, sin haber correspondido en absoluto a lo
que temimos.
La vida
va por libre, con y sin nuestros miedos. Al menos, librándonos de ellos podemos
tener la mente y el corazón más despejados para enfrentarnos de verdad a lo que
nos tenga reservado.
En eso consiste la valentia? en aceptar el miedo como algo pasajero?..., qué tranquilidad pues, saber que nada permanece.
ResponderEliminarUn besito
Xara...por desgracia a veces, por suerte otras...nada es definitivo. Todo pasa...a veces dificultosamente...pero pasa.
EliminarBesosss de buenas noches.*