Hay muchos estilos educativos que determinan diversas respuestas a ellos. Cada uno de nosotros habrá visto y experimentado diferentes formas de ser tratado en el ámbito escolar. No hace demasiado tiempo, aún se imponía un estilo autoritario, dictatorial y dominante por parte del profesor y la institución educativa que sometía cualquier intento de creatividad en el alumno. Por otra parte, tal vez, mantenía con su disciplina un orden en las relaciones donde todo estaba claro. Y sobre todo, donde las normas, eso sí, impuestas, se respetaban. Nada está absolutamente equivocado y ese sistema tenía sus ventajas. Por una parte tener claro dónde estaba la autoridad y a qué debíamos atenernos ante cualquier comportamiento que fuese ajeno a la norma existente. Ello, evitaba, la mayoría de las veces, los desmanes a los que ahora debemos someternos la sociedad. Sin embargo, privaba de la libertad creativa, del impulso motivador y de las espontáneas ganas de aprender por el placer de hacerlo. No era el elogio lo que promovía la superación de las propias limitaciones. Tampoco el respeto, lo que impedía la expresión de los sentimientos de cada uno. Posiblemente el miedo guiaba el silencio y la quietud. Estados en los que difícilmente se aprendía si no era con la memorización absoluta o el trabajo impuesto frente a las ganas de huir. No obstante, este método rechazado ahora, tenía sus resultados. Los muchachos crecían bajo el temor de la bofetada del maestro o del padre y en base a ello, aprendían lo que repetían sin aportar nada nuevo, consiguiendo un puesto en la sociedad. Condenados a repetir el esquema, la rueda giraba siempre en el mismo sentido.
Hoy en día la situación es radicalmente contraria. Tanto es así, que el miedo se ha transformado en desfachatez y el silencio en griterío chillón capaz de ensordecer al más paciente. Tampoco esto genera buenos resultados. Posiblemente sea peor aún que la situación de antes. Es necesario rescatar a estos niños que comienzan en un medio demasiado permisivo, donde es el profesor el que teme a los alumnos y los padres a sus hijos, del caos que se genera cuando los límites no están definidos.
No he dejado de creer en la capacidad regenerativa del otro y en sus posibilidades. Posiblemente, por ahí deberíamos comenzar. Por confiar primero en nosotros mismos y establecer la norma que favorezca el estímulo de aprender a ser mejores. Más tarde aprenderemos a creer en quienes tenemos a nuestro cargo comenzando por la pedagogía del elogio antes las dificultades y los fracasos ajenos. No hay otro modo de dar confianza, seguridad y fuerza al que está lejos de sí mismo.
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