Los tres conceptos parecen sinónimos y por ello se utilizan, frecuentemente, como tales. Sin embargo, una breve reflexión sobre cada uno nos ayudará a entender que quienes los emplean indistintamente, se confunden.
Si en algún momento tildamos a alguien como falto de “educación”, en nuestra mente, la referencia inmediata que realizamos coincide con la cortesía, las normas de comportamiento y esas maneras y modos peculiares de seguir una conducta delante de los demás. La verdad es que el término educación, engloba aspectos mucho más amplios y variados pero tendemos a identificarlo con la corrección social y el trato correcto hacia el resto de las personas con las que convivimos. Esta reduccionista forma de entender la educación nos priva del verdadero sentido que deberíamos conceder al vocablo, ya que tener educación coincide con haber adoptado frente al mundo una postura sabia, con haber aprendido de la experiencia, con aplicar ese aprendizaje a la vida diaria y que verdaderamente sirva para mejorarla.
Por “cultura” entendemos el a cúmulo de conocimientos que existen en la memoria de cualquiera que lo demuestre y hacemos referencia explícita a los contenidos, términos, datos y cuantificaciones que conllevan anexos. Parece que la persona que tiene cultura, posee algo que puede cuantificarse, que tiene peso, que puede intercambiarse, que se puede medir. Verdaderamente, todo eso puede coexistir con la cultura pero no es ello, ni se puede reducir a lo estrictamente revisable. En este sentido, se produce un equívoco con el término “erudición”. La cultura es la asimilación de lo que uno integra a partir del conocimiento. Cómo cada cual lo sabe aplicar a sus circunstancias, la forma en la que nos movemos en el mundo que nos ha tocado vivir una vez que hemos aprendido. Es la vida humana en estado puro a lo largo de su proceder que hace historia, que crea modos de ser y de estar en ella y que da lugar a los cambios de conducta trayendo nuevas eras y diferentes rumbos.
Realmente, tener cultura no implica haber cursado una carrera. No es necesario. Como tampoco la universidad da a todos acceso a la cultura. Porque la cultura no es algo de lo que se pueda llenar un bolso, ni pueda repartirse por igual, ni medirse con una nota. Lo que se cuantifica son los contenidos, los datos, las referencias. La cultura depende de cada uno. De cómo hagamos vida con lo que asimilamos y aprendemos... y va más allá; se encamina a hacer historia con la suma de los cambios particularmente mejorados que cada cual aporta.
Personalmente, siempre he admirado a la persona que hay dentro de cada uno. Sus valores, su manera particular de querer, su empatía, su compasión, cómo se acerca a los demás, cómo sufre y cómo ama. Si tiene dinero, si cuenta con un enorme currículo, si se viste con marcas, si su auto es más grande, si su banco le rinde homenajes…no me importa. Nada vale como lo que uno consigue por sí dentro de él. No adquiere valor por lo que tiene, sino por lo que ha llegado a ser una vez que se ha trabajado a sí mismo, y sobre todo por lo que de su interior ofrece a los demás como el regalo más espontáneo y altruista que pueda dar. Eso y solamente eso, es lo que vale.
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