“Tú no sabes cómo yo le quiero”…fue la última frase de una chica adolescente a su madre antes de cerrar la puerta de la cocina con un portazo sonoro. Su madre se quedó callada e inmóvil. Pensó que, tal vez, se había olvidado de cómo se ama a esa edad…”
Este breve fragmento puede llevarnos a reflexionar sobre los afectos, sus tipos y sus intensidades biológicas y espirituales.
Pareciese que el amor tuviese edades, intensidades, memoria y vida propia siguiendo el protocolo vital de todo lo animado.
Uno, cuando piensa en el amor lo hace en el estado puro del mismo. Incondicional, generoso, altruista, compasivo, cuidador, emotivo, pasional, tierno e incansablemente atento al sujeto amado. Luego, más tarde, confronta estas ideas con las experiencias que cada cual tenemos y parece que todo se desmorona. Y es que el amor, como amplio concepto que lo embarga todo, lo hemos confundido tantas veces, incluso lo hemos distorsionado, forzado, retorcido y estrujado para que encaje con la idea grandiosa del mismo, al que todos aspiramos.
El amor, lejos de ser un sentimiento de arrebato, de lujuria y de explosiones incontroladas, se instala en el equilibrio sostenido, la calma dulce y la pasión armoniosa. Ni amigo de las prisas, ni enemigo de la armonía.
Sin duda hay edades para vivir sesgos del amor que son otras cosas. Edades en las que pareciese un volcán en erupción, momentos en los que creemos que nos sumerge en el infierno más corrosivo, pero en ninguno de esos tiempos es amor lo que está en juego.
Hay una frase de Walter Riso muy esclarecedora al respecto: …”Si el amor duele, no es de tu talla”. Añadiría… si “ duele continuamente”…no lo es.
Revisa tus amores y extrae conclusiones.
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