Hoy vamos a reflexionar sobre un relato que nos habla sobre la soledad que genera el amor no correspondido, el desamor inesperado o la decepción repentina.
Veamos…
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En la tarde de frío otoño, mientras las hojas doradas danzaban al compás del viento sobre el río que veía desde su casa, ella doblaba mariposas de papel. Sus dedos, ágiles como pensamientos fugaces, transformaban hojas blancas en delicadas criaturas aladas. Cada pliegue era una promesa, cada doblez una esperanza que alzaría el vuelo.
Las mariposas de papel se multiplicaron en su habitación. Cientos de ellas pendían del techo, testigos silenciosos de besos robados y juramentos susurrados. Cada una, llevaba escrito un deseo, un "te quiero" que revoloteaba entre las paredes de su pequeño universo compartido.
Pero el otoño volvió a teñir el mundo de ocre, y con él llegó el viento frío de la verdad. Las promesas, como hojas secas, comenzaron a caer. Los "para siempre" se volvieron "nunca más", y los "te quiero" se transformaron en ecos vacíos que rebotaban en los muros de su soledad.
Una a una, las frágiles mariposas comenzaron a descender. Ya no eran mensajeras de amor, sino testimonios de una ilusión marchita. Sus alas, antes orgullosas, ahora pesaban como el plomo de los recuerdos. Ella las observaba en su descenso, comprendiendo que el amor, como el papel, puede ser frágil y efímero.
Pero en medio de la caída, descubrió algo extraordinario: sus manos no habían olvidado cómo crear. De las cenizas de las mariposas caídas, comenzó a doblar nuevas formas. Esta vez no eran solo mariposas, sino fénix de papel que se elevaban desde las ruinas de su corazón roto.
Aprendió que el amor, como el origami, es el arte de transformación. Que las decepciones, cual papel arrugado, pueden desdoblarse para crear algo nuevo y hermoso. Y que a veces, es necesario dejar volar las mariposas de papel para que el corazón aprenda a crear sus propias alas.
Hoy, su habitación sigue llena de criaturas, pero ya no son testigos de promesas ajenas, sino monumentos a su propia capacidad de renacer, de amar y, sobre todo, de volar por sí misma.
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En conclusión, tú siempre serás “el creador/a” de tu realidad, siempre dueño/a de tu corazón y siempre director/a del barco que lleva tu vida hacia las metas que le dan sentido. No lo abandones nunca, no entregues el mando a personas ajenas a ti; navega junto a ellas más que nunca tomen con sus manos el timón de tu vida.
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