Esta frase que tan comúnmente decimos para referirnos a un perdón extraño y sospechoso cae por su peso si no se explica mejor.
Nadie olvidamos nada. Eso es imposible. Lo que nos ha sucedido, lo que hemos vivido en primera persona está instalado en nuestra mente, en nuestro subconsciente, si es que lo hemos querido relegar fuera de nuestro presente; en nuestro rincón más oculto del corazón o en la parte más luminosa del alma. De cualquier forma, el perdón siempre obliga al recuerdo, a activar la memoria, a permitir que aquello que sucedió y dejamos que nos hiciese tanto daño, esté ahí.
Lo que debemos trascender es el rencor. “No olvido”, pero no guardo el veneno. No me lo tomo cada día, no quiero que los sentimientos turbios me hagan sentir mal a cada momento, “no te deseo nada que no sea bondadoso” porque he acabado de comprender. Y ahí está la clave del perdón.
Cuando uno “comprende” se da cuenta de que el otro no pudo actuar de una forma distinta porque no estaba en su hoja de ruta y tampoco en su naturaleza terrenal. Actúo como era. Se comportó como toda la biografía que le avala detrás de sí, le permitió. No lo hizo contra mí, lo hizo para sí. Y si en ese camino me he sentido dañada es algo que tengo que resolver dentro de mí.
El perdón no obliga a la reconciliación. A veces eso es imposible y tampoco es necesario. Basta con no tener malos sentimientos hacia esa persona porque eso es lo realmente liberador.
Si no perdonas estarás siempre atado a ella. Nunca podrás soltarte. Sin embargo, si aceptas que no pudo ser de otra forma, porque cada uno estamos en un nivel de evolución espiritual y nos comportamos de acuerdo a ello, entonces quedas libre.
Tu alma se sentirá llena de paz y todo volverá a su lugar original.
Perdona, no olvides; no puedes, pero recuerda hacerlo desde la compasión y el auto respeto.
Verás que todo te hará sentir bien entonces.
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