Hay
que ser un héroe para merecer el reposo. Pero no un héroe armado con capa y
espada o dotado de poderes insospechados e inaccesibles. Un héroe de la vida
normal; sencillo y poderoso en sus virtudes. Dotado de honradez y voluntad; de
bondad y compasión. Un héroe capaz de ser humilde desde el corazón, leal y fiel
a sus convicciones sin llevarse por delante lo que sea y a quien sea para
lograr lo que quiere. Un héroe cuyas victorias sean las de andar por casa, las
del día y las que sirven para mejorar en la ayuda.
Estamos
en tiempo de héroes invisibles, sin nombre ni apellidos conocidos, sin rostros
famosos, sin atributos y atribuciones grandilocuentes que les hagan conocidos.
Y
es que la verdadera heroicidad pasa por el anonimato. No se trata de subirse al
pódium. No consiste en que los demás sepan quién soy y lo alaben o lo envidien.
No se trata de ponerse medallas. No se trata de salir en más fotos.
Se
trata de ser solidarios, de ayudar más y hacerlo mejor, de evitar la queja
continua, de trascender el propio dolor para ocuparse del ajeno. Se trata de
sumar vida a la vida de los otros y de la propia. Se trata de estar ahí, de sostener al que cae,
de mantenerte en pie ante la adversidad, de pensar que tienes la importancia
máxima para que todo funcione en un engranaje de ayudas desconocidas.
Cuando
somos niños todos queremos ser héroes o heroínas, porque nos han dicho que son
seres especiales de cuya bondad y fortaleza resulta siempre algo mejor. Y eso
lo desea todo el mundo. Pero no basta con desearlo, es preciso quererlo,
sentirlo y actuar de tal modo.
A
tod@s los héroes que pasean a nuestro lado y comparten nuestra vida a nuestro
nivel. A tantos que hemos visto estos meses. A tod@s los que luchan y siguen
luchando porque su casa, su barrio, su ciudad o su país vaya mejor en lo que
sea; pero desde el corazón y con él en la mano.
De
otro modo, no vale.
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