La vida es así. No hay nada seguro, ni siquiera nosotros lo somos.
Nos empeñamos en la permanencia, pero es un
modo de autoengaño que no nos lleva muy lejos.
Cuando menos te lo
esperas, ella con su devenir impredecible, nos pone a prueba. Y nos pide que
demos respuestas a las grandes palabras que empleamos, como si de un tribunal
se tratase.
Que te empeñas en morir de amor; demuéstralo. Qué dices que nadie
te cambia y matas por tu firmeza de criterios; allí te coloca una piedra para
que lo definas. Qué utilizas palabras imponderables (todo, nunca, siempre…);
ella va a demostrarte que te equivocas, que el “nunca” se convierte en “tal vez”,
que el todo, solo tiene partes y que el siempre se queda en “a veces”.
Hacemos muchos planes
y, en cierto modo está bien tener ilusiones o nuestros días se convertirían en
poco más que un pasar monótono por experiencias sin colores, pero también es
cierto que casi nunca sucede nada como lo planeamos. Ni lo bueno, ni lo malo.
Los monstruos suelen crecer en nuestro interior muy deprisa; las
fantasías también.
He llegado a la conclusión de que la emoción más poderosa es la del
equilibrio, la de la paz interior y la tranquilidad. Que es muy bonito sentir
sensaciones fuertes, pero que igual que te elevan te despeñan sin piedad. O por
el contrario, es horrible sentirse en el fondo del pozo, pero por lo mismo
solamente queda la opción de subir.
La vida nos regala cal y arena. De nosotros depende cómo las usemos
y con qué elementos mezclemos ambas. Todo son decisiones; continuamente.
Por más que no queramos
tomar partido lo hacemos sin parar.
No olvidemos que si damos vida a los pensamientos negativos tomarán
la energía suficiente para acampar en nuestra mente a sus anchas, porque donde
pones tu atención, pones tu energía y ahí se crea la experiencia.
Decidamos siempre a nuestro favor.
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