Lo que entendemos
cada uno del otro, no es lo mismo, en muchas ocasiones, de ahí que no
entendamos lo que nos están queriendo decir e interpretemos sin preguntar lo
que a nosotros nos ha parecido.
Creer que sabemos
lo que el otro nos ha querido decir es un gran error. Nos lleva a sufrimientos
innecesarios, a malestares indescriptibles, a fomentar el crecimiento de los
monstruos de nuestra cabeza.
Fijémonos en este
breve relato y en sus consecuencias.
“Una vez un monje
mendicante llegó a un monasterio en busca de alojamiento. Según la tradición lo
normal era entablar con el recién llegado un debate sobre distintos aspectos de
la enseñanza budista en el que se ponía a prueba tanto al huésped como a los
monjes del cenobio. Pero, aquel día, todos estaban muy cansados así que el abad
decidió que el debate corriera a cargo de un monje que, además de tuerto, tenía
pocas luces.
El abad decidió
aconsejarlo:
-Como no tienes
mucho conocimiento ni facilidad de palabra, procura que el debate se haga en
silencio, y además intenta que sea lo más corto posible.
A la mañana
siguiente, el abad se encontró con el visitante, que ya partía.
-¿Qué tal fue el
debate? -preguntó.
-Puedes sentirte
satisfecho de tus monjes, él dijo ser el más torpe de todos, pero confieso que
me derrotó claramente por su elevada comprensión del budismo.
-Cuéntame cómo fue
el diálogo -rogó el abad.
-Para empezar, yo
levanté un dedo, queriendo expresar al Buda. Él contestó levantando dos dedos,
haciéndome ver que una cosa era el Buda y otra sus enseñanzas. Yo entonces
levanté tres dedos, indicando al Buda, su enseñanza y sus monjes. Pero a
continuación él lanzó un puño contra mi cara haciéndome entender que todo parte
de una comprensión única y definitiva. No supe qué contestar, así que,
derrotado, me marcho de tu monasterio.
Instantes después
apareció el monje tuerto, y el abad le pidió el relato de lo ocurrido en el
debate.
-Ese hombre era un maleducado,
empezó levantando un dedo recordándome que yo tenía solo un ojo; yo fui
benevolente y levanté los dos dedos en señal de que él afortunadamente tenía
los dos ojos, pero insistió en el insulto al levantar los tres dedos mostrando
que entré él y yo teníamos tres ojos, así que le di un puñetazo. Entonces se
levantó y se dio la vuelta sin decir nada. “
Sin duda, hay que
emplear la palabra para entendernos porque a veces las imágenes no quieren
decir lo mismo para todos.
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