Todos
tenemos miedos. Todos fantasmas que se acercan y que crecen a su antojo ante
ellos. Todos somos víctimas y verdugos. Todos ángeles y demonios.
La
dualidad nos acompaña; detrás de la luz están nuestras sombras. Todo es sencillo
y complejo a la vez. A los días, en los que todo lo vemos con optimismo y
claridad, le siguen otros en los cuales no acertamos a encontrarnos bien y el
equilibrio se nos escapa entre los dedos por cualquier adversidad grande o
pequeña.
Dentro
está la cara y la cruz, el ying y el yang, lo femenino y lo masculino, lo negro
y lo blanco, el sol y la luna, el día y la noche.
La
balanza se inclinará hacia lo que alimentes. Si en ti está presente la queja
continua te convertirás en la queja perpetua; si la negatividad es el color con
el que pintas la mayoría de los cuadros de tu vida te volverás oscuro y siniestro;
si el temor te atenaza sin descanso comenzarás a ser la cara visible de los
miedos.
Si
por el contrario eliges esforzarte en abrazar sonrisas serás parte de la
alegría que conquista el mundo, si te embargas con la ilusión y la esperanza te
alzarás con la victoria de tu presente continuo; si te fundes con el amor por
ti emanarás afecto para todos los demás.
Es
fácil decir que eres tú quien eliges, no es sencillo hacerlo. Hemos aprendido a
cargar las tintas hacia un lado o hacia otro. Hemos imitado ejemplos o repetido
esquemas de conducta a las que rechazamos con odio infernal. Nos hemos
acostumbrado a “lo malo conocido mejor que a lo bueno por conocer; a llorar sin
lágrimas, a besar sin besos. Incluso nos hemos enquistado en las emociones de valor
que nos podrían dar felicidad por otras
que nos hacen poco a poco morir.
Hay
una cara y una cruz en nuestro interior.
Descubre
qué lado pesa más.
Corrige
la desviación a toda costa.
Apuesta
por colocar tus pies dentro de la línea de lo que te haga feliz.
El
mundo se rendirá ante tu luz como polvo de estrellas emergiendo desde lo más
profundo de tu ser.
No
es fácil. Es posible.
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