Sabemos que hay algo cierto que siempre se cumple: la muerte, que
siempre es ajena porque cuando es nuestra ya no es.
Me pregunté, desde muy
pequeña, si querría o no saber cuándo, cómo y dónde sucedería las mía o si por
el contario, sería mejor no saber nada y que sucediese rauda y veloz sin ser
vista siquiera.
Tuve dudas muchas veces. Me parecía que si lo supiese, de algún
modo podría prepararme, despedirme, dejar mis cosas en su sitio y el sitio también.
Pensé, que podría saludarla al llegar y hacerle un sitio para que
charlase conmigo. Supongo que siempre me rondaba la idea de poder retrasarla de
esta forma e incluso evitarla si era capaz de convencerla que no era a mí a
quien buscaba.
Más tarde, tuve otra época en la cual lo mejor que se me ocurría
con este tema es que sucediese sin sentir. ¿Para qué las despedidas?¿Acaso no
podemos emplear la vida en gozar de quienes amamos y en empeñarnos en ser
felices cuando podamos?. ¡Qué importa un instante!
Luego, con el tiempo, me encontré con la actitud de personas cercanas
que no les importaba el momento de irse y estaban dispuestos en cualquiera de
ellos. Simplemente no tenían miedo, ni a lo que hubiese después ni a lo que
dejaban del antes. Personas gozadoras y mundanas, que había hecho su recorrido
con mucho gas. Y sin embargo, presentaban esta actitud de desapego a lo que tan
pegados habían estado.
Podemos pensar que si la vida que encuentras cuando vuelves los
ojos atrás ha sido plena, llena de experiencias y plagada de sucesos, tal vez
la demos por bien empleada y el final no se presente tan duro. Pero lo mejor de
todo es que me he encontrado con gente muy joven, muy formada y muy poco
experimentada que también están dispuestas a iniciar la marcha sin ninguna
pena.
Nunca pensamos que esto es un paso. Todo nos parece tan “nuestro”,
tan definitivo, tan estable, tan bien encajado en nuestros proyectos que el
futuro le damos por hecho.
¡Cómo puede pasarme a mí!.
Estar dispuestos para la salida sin renegar de la vida ni negarse a
vivirla con placer, es un signo de madurez innegable.
La forma es una pregunta que cada uno debe hacerse a sí mismo.
La mía ya la tengo resuelta. Sé si me gustaría darme cuenta en el
momento o no.
Me ha llevado años saberlo.
Posiblemente una pregunta estúpida que se resolverá sin mí.
Hoy llueve y hace aire.
¡Cuántas almas nos sobrevolarán ya!
Estar listos es saber decir adiós aunque no de tiempo, porque
tenemos muchos días que desperdiciamos y podemos emplearlos en decir a todos,
los que nos importan, lo que diríamos en ese último momento.
El resto no es cosa nuestra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario