Te
miro y no te encuentro en mi memoria,
Te
escucho y no son aquellas tus obras,
ni
las palabras que me hablaron,
ni
la grandeza de tu sombra.
Te
siento y no es tu caminar
el
que ronda esta casa
que
ya solo ves vacía y honda,
No
te reconozco,
ni
acierto a explicarme
que
ha pasado con el hombre sereno
que
me enseñó las alondras.
Sigo
tus pasos y me pareces otro.
Veo
tu imagen y tampoco la conozco.
Que
quedó de tu risa franca,
de tu dulce senda,
de
tu mano tierna.
Dónde
está tu cabeza sensata,
tu alma suave y tu corazón centrado.
Se
lo ha llevado ella en secreto sellado.
Y
aquí me dejas, llorando junto a ellos
que también temen la pérdida de lo amado.
Vas
a la deriva de tu delirio sin razón,
A la algarada de tu lenta muerte.
Al
fragoso canto del paso fúnebre
Que
te llega desde manos sin corazón.
Quién
pensó que la vida es línea,
Quién
dijo al miedo vete lejos,
Quién
pudo imaginarte desbocado y perdido,
En
lo amplio de tu frente abierta,
en
lo bajo de tus viejos instintos.
Y
te vas sin irte, a la deriva de lo desconocido,
Y
te pierdes a lo lejos,
sin
saber que ese no es tu camino.
Y
queremos arrimarte a la orilla
Pero
los cantos de sirena has oído
Y
nadie puede ya más
que darte por perdido.
En
lo amargo de mi llanto,
En
lo frío de tu propio olvido.
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