A
veces pienso que nunca he querido crecer. Hacerse mayor, en contra de lo que
pensamos cuando somos pequeños, solo nos trae desventajas.
Comenzamos
a sentir la soledad, a tomar responsabilidades, a tener que saber lo que
queremos y lo que no, a diferenciar entre lo malo y lo bueno para elegir lo
mejor, que nunca logramos.
Crecer
significa saber callar, llorar lo menos posible y aguantar el tirón. Supone
estar a la altura de las circunstancias,
encubrir la tristeza, disimular la pena o poder con lo que nunca creímos.
Defender a los pequeños, jugar sin juegos y en
ocasiones, amar sin amor.
Cuando
uno es niño hasta lo que está en contra parece girar a nuestro favor. Hay una
magia, en todos los pequeños, que transforma el mundo de alrededor. Todo parece
posible, los sueños se multiplican, las alegrías se inventan y hasta la falta
de juguetes se suple con la imaginación.
Para
la mayoría de la gente, la niñez es un momento entrañable, lleno de afecto,
cálido y dulce. Tiempo de olor a comida de mamá y a juegos con los amigos.
Horas de aprendices de magos, de héroes de ficción, de poder y de victoria, de
fuerza e ilusión. Sobre todo, de época de enfados que duran poco, de heridas
que cicatrizan rápido, de escaseces que se llenan de otra forma, de silencios
llenos de gritos y de una esperanza, a fondo perdido, en el futuro que llegará
lleno de libertades.
Luego nada es igual. Lo que parecía
blanco es como mínimo marrón, los que parecían amigos se vuelven invisibles,
las calles son más pequeñas y nuestras piernas más cortas. Sustituimos las carreras por las prisas, la
fantasía por las verdades de cada uno, el deseo por el cansancio y la ansiada
mayoría de edad por el pesado paso de los años.
Sé
por qué me hubiese gustado quedarme en la infancia. Allí, todo parecía posible
siempre. En aquel momento, lo que no tenía lo imaginaba para el futuro; un
futuro que hacía presente a cada instante de forma inmediata. Magia pura que se
escapa entre los dedos segundo a segundo mientras creces.
Cada
noche sigo metiéndome en mi crisálida para seguir, de algún modo, siendo niña
porque, sin duda es lo mejor que me ha pasado.
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