El
autoengaño inconsciente consiste en no darse cuenta de que se está ignorando un
peligro o una realidad. Los animales son a menudo ignorantes de amenazas que se
ciernen sobre ellos, y por eso resulta sencillo engañarlos con cualquier
anzuelo para introducirlos en una jaula.
Es una situación terrible porque a
pesar de proveer tranquilidad, implica que somos ajenos a la realidad. En
cambio, el autoengaño inconsciente es un síntoma de inteligencia. Consiste en
engañarse de forma voluntaria para que las cosas sigan funcionando, pero si lo
peor sucede, ya lo arreglaremos; mientras no sea así, el sistema aguanta. Al
fin y al cabo, de eso se trata, de que el sistema aguante. Así también nos pasa
a cada uno.
La mente es una gran defensora del
equilibrio. Nos protege hasta que no puede más. Trata de arroparnos y de dar
salida al malestar para poner delante de nuestros ojos una visión más benévola
de lo que se acerca como peligroso.
Decía Hemingway que vivimos esta vida
como si llevásemos otra en la maleta, una especie de autoengaño para pasar de
puntillas por la situaciones de cambio doloroso sin importarnos demasiado si la
vivimos o la desperdiciamos en cada fase que se presenta.
Disimular la visión de lo que pasa
tiene ventajas. Uno se autoengaña esperando un beneficio mayor. Que pase la
mala racha, que los fantasmas pasen de largo, que las nubes no se detengan
encima y que el sol vuelva a brillar para nosotros.
Lo
peor y lo mejor, es que, en lo personal,
nada es seguro, que todo está por terminar; que nunca nada está concluido y que
tampoco está todo conocido. Lo peor y lo mejor, a la vez, es que el autoengaño
nos deja preparados para iniciar otros momentos en los que quizá habrá que
volver a recomenzar si se quiere continuar lo que ya se empezó una vez.
Todo un reto que nos pondrá a prueba de
lo que somos capaces de regenerarnos y del cual, sin duda, saldremos
fortalecidos.
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