Tengo la costumbre de investigar aquello que me preocupa
para tratar de salir de ello. Hay cosas que nunca fallan. Para mí, los libros
me han dado respuestas tan certeras y llenas de tranquilas perspectivas que
siguen siendo mis mejores consejeros.
Hoy he redescubierto uno muy interesante. Me gusta dejar
cerca aquellos que me sirven de pilares cuando mi ánimo está bajo, cuando miro
hacia arriba y todo me parece alto y lejos y pesado y dañino. A veces,
solamente leer en su lomo, el título, me hacer sentir una calidez inmensa que
me reconforta enormemente. Posiblemente sea esa la razón por la que sigo sin
tener un libro digital. Me gusta tocarles, abrir por cualquier lado y posar los
ojos en cualquier frase que seguro me da una respuesta satisfactoria a algunas
de mis quimeras.
El psicólogo Rafael Santandreu es el autor del libro “El
arte de no amargarse la vida”, prefiere cambiar la palabra “desgracias” por la
de “adversidades”. El cómo se reacciona es lo que marca la diferencia entre un
concepto y otro, porque las alternativas son simplemente, aceptar la realidad o
convertirse en un ser rabioso y amargado porque las cosas no son como uno quisieran
que fuesen o por lo injustas que nos parecen.
Para no amargarse la vida con lo que sucede se requiere
talento, dedicación, perseverancia y sobre todo, cambiar la forma en que se
responde cuando aparecen esos “malos momentos”.
“ Qué diferente es surfear la vida por encima de sus olas a
vivir sumergido, siempre medio ahogado, vapuleado por las corrientes marinas…qué
distinto “gozarla o sufrirla como si fuese un mar hostil que nos domina”,
escribe. Afirma que no importa la edad que uno tenga, ni que seamos escépticos
o vulnerables para lograr salir de la amargura. La clave está en transformar la
manera de pensar, la filosofía personal y el diálogo interno.
Epicteto, insigne filósofo griego decía: “ No nos afecta lo
que nos sucede, sino lo que nos decimos sobre lo que nos sucede”.
Entre los hechos externos y los efectos emocionales existe
una instancia intermedia llamada “pensamientos”. A un pensamiento catastrofista
siempre le sigue una emoción similar. El padecimiento entonces está asegurado y
la tortura mental se traduce en sensaciones de angustias exageradas e inútiles
que no ayudan a resolver el problema.
Las creencias que se instalan en la mente, aunque tengan
base real, pueden volverse destructivas y devoradoras de nuestra felicidad y hay
que combatirlas con rapidez.
Hay que aprender a relativizar, a dejar de dar importancia a
un problema que de no verlo desde el ángulo que lo hacemos cuando sufrimos,
dejaría de importarnos y ahí en esa zona de racionalidad es donde debemos
situarnos para comenzar la reconstrucción de nuestro equilibrio.
No hay mejor opción que probar. El resultado seguro que nos
lo merecemos.
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