No
cabe duda de que hay épocas en la vida en las que nos preguntamos por qué nos
suceden tantas cosas negativas, tanto desaguisado, tanto infortunio y tanta sin
razón junta. Para algo y por algo debe ser.
Uno se conforma pensando que es para
aprender lo que nos queda por saber para modelar la actitud, el sentimiento, el
afecto o la bondad hacia determinados ámbitos de la vida en la que tenemos
pendiente algún pago. Una contribución que ni siquiera viene de ésta existencia
y que, de alguna forma, nos emite un mensaje continuo, como si fuesen señales
de morse alertándonos de cómo debemos modelar la conducta.
Sabemos, creemos o nos conviene pensar
que si no superamos las pruebas que la vida nos va poniendo estamos condenados
a repetirlas. Y por supuesto, que cada tentativa está diseñada exclusivamente
para cada uno, en función de su necesaria evolución.
Estoy en un momento de hastío, de
cansancio y de lágrimas a flor de piel ante cualquier avatar por mínimo que
sea. Y eso es porque mi vaso está lleno, su contenido ha rebosado el borde y no
me cabe nada más.
También sé que para poder llenarlo con
una nueva actitud tengo que desprenderme del líquido de su interior y tal vez
darme un tiempo de paz en el que la mente se alinee con el corazón y la armonía
fluya sin forzar nada.
A todos nos gusta estar acompañados, sentirnos
queridos, protegidos y cuidados. La
mejor manera de sentirlo es rompiendo moldes mentales, corazas en el alma y
protectores del corazón. Dejar libre la esperanza, soltar el pelo al viento y
sentir que la vida no termina en la tristeza, ni se acaba en la angustia, ni se
pierde en las lágrimas…todo lo contrario. Posiblemente, esos sean los caminos
para reconstruirnos de nuevo y una vez puestos los cimientos, otra vez,
levantar nuestro edificio con más fuerza.
Es solamente una época, lo sé. Todo
pasa. Todo pasará.
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