Cuando
uno está asustado es como si algo nos encogiese y nos hiciese invisibles. Es un
sentimiento muy primigenio que nos conecta con lo más ancestral de nuestra conciencia.
Con el miedo básico que permitió sacar adelante la vida y evolucionar. Con la
etapa primera de nuestra vida consciente cuando apagar la luz era abrir la
puerta a toda clase de monstruos y seres malvados que venían para llevarnos a
un lugar nunca seguro, lejos del hogar.
Nos
asusta lo que desconocemos, lo que no controlamos, lo que se sale de nuestra
zona de confort o de nuestras rutinas consabidas donde nos sentimos seguros a
pesar de estar, muchas veces, aburridos.
En
ocasiones no estamos asustados, sino expectantes.
Llega un año nuevo, un trabajo diferente, un
destino distinto, una persona desconocida, unos contratiempos inesperados, sorpresas
nuevas y todo un cóctel de lo que llegará en el tiempo que comenzamos cada día,
cada instante.
Terminar
un año y comenzar otro es una imagen mental simplemente. Incluso añadiría que
el año de cada uno, comienza en su fecha de cumpleaños.
No
obstante, sentir cosquillas en el corazón ante lo que está por venir aumenta la
adrenalina y, de alguna forma, nos
impulsa a seguir creyendo que muchas situaciones agradables nos quedan por
vivir.
Sentir
miedo, es en definitiva, sentirnos vivos.
Hemos
decidido que mañana termina este año. Despidámosle con la dulce sensación de
asombrarnos ante lo que estar por venir.
Aún
nos queda.
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