Me he levantado pensando en lo
conveniente o inconveniente de tener muchas opciones donde elegir. En la
actualidad hay mucho de todo. Muchos ámbitos donde estudiar, muchas
posibilidades de ocio, muchos campos donde ejercer una profesión, muchas
opciones de cambio sentimental, muchas posibilidades para el amor, muchos
riesgos, muchos conflictos, muchos prejuicios…
La verdad es que tener muchas opciones
parece una riqueza pero en muchos casos se convierte en un riesgo en el que la
torpeza de cada uno puede expresarse con absoluta libertad.
Es más fácil equivocarse ahora. Hay que
tener una gran seguridad en lo que uno quiere para poder con la riada de
posibilidades que la vida nos ofrece. Hay una trampa en ello. Nos parece que
cuantas más vías transitables existan, mejor caminaremos y, en muchas
ocasiones, nos equivocamos.
Para actuar con libertad hay que tener
coraje porque sentirnos libres nos lleva a elegir opciones y a sufrir sus
riesgos. Cada decisión tiene un precio y precisamente por él, no se puede tener
todo.
Equivocarnos nos hace sentir estúpidos,
a veces, sobre todo si en ello has ido utilizando el autoengaño y te has
perdonando a ti mismo antes de juzgarte. Hay errores imperdonables, que nunca
se deberían de haber dado y que por mucho que intentes rectificar quedan
indelebles para mucho tiempo haciendo daño.
En la vida, un criterio que deberíamos
emplear es la rentabilidad a cualquier nivel. ¿Qué nos aporta el camino que
hemos tomado?¿Acaso nos hace sentir mejor?¿merece la pena el beneficio que
obtenemos?¿Se mejora algo en nuestra vida con lo que aporta?. Cuando me refiero
a rentabilidad rápidamente llega a la cabeza el beneficio material, pero no es
precisamente eso lo que más reporta a la persona.
La rentabilidad emocional, afectiva y
emotiva es lo que verdaderamente debe pesar a la hora de invertir en felicidad
a corto o largo plazo.
Dudo si las múltiples opciones que la
vida nos pone delante nos facilitan las cosas o las empeoran. Tener claro dónde
estamos y a dónde nos queremos dirigir supone una garantía de éxito inmensa.
Triunfo que nos deberemos siempre a nosotros mismos en la libertad de ser y
llegar a la meta nuestra. Una, única entre todas. Descubrirlo a veces lleva
tiempo.
No
hay prisa, no debe haberla porque del
resultado posterior dependerá el resto de nuestra felicidad futura. Por eso, si
no tenemos clara una opción es mejor sentarse con uno mismo y conversar, lenta
y tranquilamente. En el fondo, algo tendremos que decirnos e incluso, tal vez,
debamos reñirnos. Todo antes de volver a equivocarnos en lo mismo, porque
entonces nadie nos estará engañando salvo nosotros.
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