Hay mañanas que uno no se levantaría.
Notas el ambiente frío a tu alrededor, la ventana te devuelve un gris opaco a
punto de llorar y la vuelta en la cama se convierte en un refugio amable en el
que, curiosamente y a pesar de todo, tampoco deseas estar demasiado.
Uno se viste por dentro antes de salir
a la vida de nuevo. Estoy convencida que importa mucho el tono de los colores
que uno elija para cada día. Al menos a mi me pasa. Mis ropas siguen mi estado
emocional, muchas veces. Aunque he de
decir que no me gusta el gris, ni el medio, ni el agua tibia, ni el lado suave
de la orilla, ni lo excesivamente blando, ni lo light.
Soy
una persona de emociones fuertes y contrastadas que lucha por encontrar un
equilibrio en ellas. No es fácil y no siempre lo logro pero ahí está mi reto.
Muchas
veces me resisto a los cambios simplemente por la comodidad que da la seguridad
de continuar en lo mismo, pero me he dado cuenta que ese temor a romper las
rutinas, a desmontarnos de lo que ya se ha instalado en la mente como
definitivo, sea bueno o malo, nos pasa una factura muy alta.
La
vida es cambio siempre. Ni un solo segundo es idéntico a otro, ni nosotros
somos los mismos de hoy para mañana. Creemos conocernos. Pensamos que somos de
una forma determinada y que sabemos hasta dónde y cómo podemos llegar y sin
darnos cuenta y sin sentirlo como amenaza, de pronto, nos encontramos frente a
un abismo que nos devorará en el siguiente paso.
He aprendido a dudar de mi misma. A
esperar y mostrarme cada vez más cauta ante lo que pueda llegar, a no creerlo
todo conseguido, ni todo perdido, a sufrir para algo y no gratuitamente, a tener
presente que todo en la vida pende de un fino hilo a punto de deshilacharse.
Que nada es seguro y que la fatalidad puede llegarte de donde menos lo esperas.
Pero también he aprendido a tener confianza, a
creer que la gente podemos equivocarnos y restablecer la cordura, a valorar la
renuncia y a agradecer el amor aunque llegue en partículas finísimas rociando el alma.
No
lo he aprendido todo. Sé que aún me queda mucho, pero procuro ser buena alumna
y no repetir aquello, que sin querer, hace daño a otros y, en definitiva, a uno
mismo. En ese empeño continúo.
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