Hay personas que se creen el ombligo del
mundo. Gente prepotente y descarada que va adelante arrasando a los demás y
vistiendo del color del triunfo sea lo que sea o quién sea, lo que caiga.
No entra en mi corazón actitudes tan despiadadas
como las de algunas personas que corren tras su objetivo sin importarles nadie
ni nada. Son una especie de depredadores, de tiburones con fauces infinitas que
todo lo engullen y que si reciben una pequeña contrariedad se revuelven serpenteando sobre su ponzoña para seguir
adelante con su presa.
Creerse el centro del universo es tan
malo como ubicarse en sus antípodas. La sobreestima propia llega a ser tan
dañina como la baja autoestima y peor aún si ambos comportamientos se balancean
en una misma persona. Ésta es gente dolorosa. Personas que causan daño gratuito
solamente porque otros no sean felices. Gente sin alma que no se ablandan con
la pena ajena ni con nada que no represente el beneficio propio.
Me cuesta ceder a mi tozudez y
desmontarme del tópico de que “todo el mundo es bueno”. Me cuesta estar con la
espada levantada, la puerta medio abierta y el escudo en alto. Me cuesta
reconocer que me engañan, pensar que por detrás de la sonrisa hay veneno que va
directo a eliminar lo que molesta. Me cuesta aún, mirar a los ojos y divisar la
niebla, pero sobre todo me cuesta hacer opaca la transparencia que me recorre
en la mayoría de las ocasiones.
No hay más remedio que endurecer la
cáscara. No hay otro camino que el del amor que sabe defenderse, no hay más
opción que ayudarse a uno mismo y comenzar a darnos todo el cariño, el afecto y
la confianza que hemos derrochado en otras personas que no lo merecían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario