Imagino,
a veces, que la mente está distribuida en áreas verdosas llenas de vegetación, con diferentes
tonalidades colores y frescuras.
Hay
zonas de nuestro mapa mental que permanecen
oscuras, atrapadas en lianas de indescriptible magnitud y emponzoñadas con aguas
pantanosas que siempre incluyen arenas movedizas. Otras, aparecen radiantes,
frescas y relucientes. Regadas por
abundantes aspersiones de ilusión y esperanza y dispuestas siempre a reverdecer como si
expresasen siempre una primavera perpetua.
Hay
lugares, por el contario, que ni siquiera podemos calificar porque permanecen
cerrados, de acceso imposible y paso clausurado. Tal vez hemos tirado la llave
que encaja en la cerradura que las aprisiona, hace mucho tiempo, o posiblemente
no queramos abrir la caja de los gritos por temor a que invadan el jardín.
De
cualquier forma, la tierra sobre la que se asienta nuestro vergel mental
precisa ser trabajada, cada día, a cada instante.
Hay
que sembrar para recoger. Hay que abonar para promover la abundancia de sus
flores y regar y abonar lo que más tarde queremos que de fruto.
No
es fácil permanecer en la brecha de comprender lo que tenemos alrededor y comprendernos
a nosotros mismos, pero es el único camino para aceptar y mejorar mientras lo
hacemos.
Debemos dejar la mente libre y soltar y
vaciar lo que sobra. Lo peor es que tenemos la costumbre de aprovecharlo todo.
Nos parece que puede servir mañana, como lo hizo ayer, y que si vienen mal
dadas es mejor lo “malo conocido que lo bueno por conocer”. Pero nos equivocamos.
No puede entrar en aire fresco si tenemos la casa cerrada. No podemos ventilar
el alma si los pestillos clausuran puertas y ventanas. No podemos dejar entrar
la luz si las contraventanas permanecen puestas.
Hay que levantarse cada día desprovisto
de la sensación de saber lo que va a resultar en las horas que comienzan,
desechando la previsión lo que es imprevisible, ni alentando los pensamientos
negativos y menos, condenando lo de debe suceder.
Al
menos, si no podemos ondear una bandera blanca en nuestro pensamiento en son de
paz, dejemos abiertas las puertas abiertas para que pase lo bueno. Para lo malo estaremos alerta. Seguro, porque
por ello, en ocasiones solamente atendemos a nuestros fantasmas y ellos son los
que quieren ganarnos la partida.
De
nosotros depende que se esfumen como el humo o que lleguen a la categoría de
monstruos. Hay que probar. Solo podemos ganar.
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