Hay
personas que todo lo hacen fácil. Estar a su lado, ya es sencillo. Emprender
algo se vuelve, inmediatamente, cómodo, posible y viable. Personas que siempre
piensan en verde, que tienen luz en la mirada y chispas en la sonrisa. Gente
sencilla, que no invade, ni somete, ni reprime, ni incomoda. Almas que se trasparentan,
que abrazan y recogen, y sin embrago, sueltan y dan alas a la vez.
Siempre he querido ser una de ellas. He intentado serlo
porque estoy convencida de que estamos aquí para facilitarnos la existencia
unos a otros y no al contrario. Porque creo en que venimos aquí para aprender a
amar con más ahínco del que traemos y sobre todo, porque estoy segura de que
eso es lo único que nos llevaremos al final.
Hacer fácil lo difícil solo depende de la actitud con la que
estemos dispuestos a dar el primer paso hasta ello. El miedo, muchas veces, nos
agranda la tarea y la complica en nuestra mente.
Para resolver lo que cuesta solo hay que empezar a hacerlo.
Iniciar el camino y seguir y seguir, sin detenernos. Aunque el paso de cada día
sea pequeño, muy pequeño…se avanza. Por eso, cuando nos encontramos a la gente
que hace fácil lo difícil creemos estar en un sueño. A mí, estas personas me
causan una admiración incontenible y querría que su facilidad para abrir
puertas, ventanas y caminos se deslizase hasta mis manos y se multiplicase en
ellas.
De todas las formas, me gusta contagiarme con su entusiasmo,
su forma de ver la vida y de transmitir las emociones, su insostenible pasión
por cada pequeña cosa que inician o depende de ellas y su inestimable forma
ofrecer a los demás lo mejor de sí.
Cada día, un poco más, un poco mejor. Cada paso atrás, mayor
avance. Porque en definitiva, nada pasa porque sí. Todo encaja, nada queda
obviado y todo tiene una respuesta. Alguna vez…en algún lugar…en un momento
determinado, pero la totalidad que nos envuelve nunca olvida a una de sus
piezas.
¡Qué
tampoco la pieza lo olvide!
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