Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 11 de octubre de 2013

ACOSTUMBRARSE A SUFRIR


         Uno se acostumbra a todo. Parece increíble cómo somos capaces de soportar una desgracia sobre otra, un palo sobre el siguiente, una decepción sobre la que ni pensabas. Y de pronto te encuentras ahí, tu sola sin saber donde apoyarte y con el sufrimiento a punto de estallarte dentro.
         Al principio, cuando comienzan a pasarte desencantos te sientes la más pequeña, insignificante e intrascendente persona del mundo. Desprotegida y asustada no sabes hacer otra cosa que sufrir. Y cuanto más vueltas das a la sin razón de lo que te han hecho, más enredada te ves en algo que no entiendes.
         Es difícil acostumbrarse a sufrir. Uno no aprende esta lección, que por otra parte parecería excelentemente útil para el futuro, porque  sufrir con seguridad, vamos a volver a sufrir.
         A mi me queda la esperanza de que vayamos aprendiendo a soportar al menos el tirón. A acomodarnos a las nuevas circunstancias, a ir viviendo pasando día a día hasta que lo hagamos hábito, a ceder dolor por rutina y a engañar a las ganas de llorar para que poco a poco todo se haga más llevadero.
         Lo peor de todo es que cada uno tenemos una textura en el corazón. Blandos, vaporosos, recios, duros, semiduros e indelebles. Depende en la categoría que se esté, se resiste la adversidad.
Endurecer el corazón no es fácil tampoco para el que lo tiene mullido y suave. Pero es un ejercicio necesario si quiere no morir en el intento de vivir a cualquier precio.
         Hay que llevarle al gimnasio. Hacer flexiones, ensayar cómo se  esquivan los golpes, poner pesas y ejercitar la carrera. Hacerle fuerte aunque se resista y enseñarle a evitar a las personas que quieran componer mentiras para que creyendo a quien quiere, se deslice por el abismo.
         La buena noticia es que la vida es un boomerang. Que nos devuelve lo que lanzamos y que, aunque a cada uno toque llorar en un tiempo distinto, todos terminando lamentado el mal que hacemos.
         Al menos, a veces, es un consuelo.

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