Hemos
comentado alguna vez que los dos instintos de supervivencia más fuertes, que le
quedan al ser humano en su cerebro reptiliano, son la huída y la lucha para
lograr permanecer. Eso es precisamente lo que hacemos cuando las dificultades
nos llegan.
A veces
escapar se convierte en todo un arte. Una sutil manera de no querer mirar a los
ojos a los problemas y una estúpida forma de creer que la espantada nos
apartará de las consecuencias de lo que se nos viene encima.
Sin embargo,
huir nos lleva, en ocasiones, a tener que retomar la marcha aunque sea desde
otro ángulo porque ningún camino es infinito y antes o después tendremos que
tomar decisiones.
Hay gente
incapaz de resolver. Personas que sienten un miedo paralizante cuando tienen
que optar por una opción. En el fondo son gente que quiere retenerlo todo y no
tener pérdidas en la transacción.
Sin embargo,
siempre tenemos un precio que pagar, algo que abandonar, un sufragio
irremediable que se asume en favor de aquello que parece mejor. Ninguna
solución es la perfecta. No hay perfección en los sucesos de la vida y,
curiosamente, ella es lo más perfecto.
No podemos
pretender tenerlo todo. Algo siempre se pierde. Lo que hay que valorar es si lo
que dejamos de lado nos reporta menos felicidad que lo que llega. Lo mejor está
en el riesgo porque la mayoría de las veces no es una inversión segura. Nadie
sabe si realmente le va a ir mejor por un camino que por otro. Nadie conoce
cómo se desenvolverán los acontecimientos para determinar si será más feliz,
gozará más o se encontrará mejor. Nadie puede saberlo. Y esa es la magia de la
existencia: el riesgo.
Escapar no tiene demasiado sentido si
consideramos que lo único que hacemos es retrasar el enfrentamiento, porque
luchar, en algún momento, hay que luchar.
Los cambios
nos descolocan muchas veces, nos desestabilizan pero hay que tratar de pasar la
barrera del desconcierto para instalarnos en la fortaleza del hábito, de la
rutina, de aquello que por repetirse se va haciendo conocido…y a lo que se
conoce se le va queriendo. No puede ser de otra forma, es otro instinto de
supervivencia, amar lo cotidiano para no perecer en ello.
Por eso, por
malas que parezcan las circunstancias terminan estando a nuestro favor. No es
necesario escapar porque lo malo se convierte en bondadoso cuando nos mira a
menudo y a base de contemplarnos, ello mismo se transforma.
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