A veces dejamos
escapar la felicidad sin darnos cuenta. En estas ocasiones lo peor es reconocer
que nos ha rozado, más tarde, y que no hemos abierto la puerta. Entonces nos
queda una sensación imperiosa de querer volver y restaurar el escenario donde
sucedió el hallazgo para cambiar los diálogos y las acciones…pero no es
posible.
Sin embargo, si no
somos conscientes de su paso, aunque lo seamos del recuerdo de lo que pudo ser,
la amargura es un poco más dulce que cuando estamos frente a ella y la decimos
adiós por no arriesgar.
Solemos ser muy
cómodos. Instalados en nuestra área de bienestar cambiamos, con demasiada
facilidad, la emoción por la seguridad.
Hay una mentalidad fatalista para lo nuevo.
El refranero
castellano está repleto de frases que apuestan por lo conocido, aunque sea una
cárcel, por lo estable, aunque sea una muerte, por la certidumbre, aunque sea
la puerta de la apatía y el vacío perpetuo. “Más vale pájaro en mano que ciento
volando”, “Vale más lo malo conocido que lo nuevo por conocer”, “cada oveja con
su pareja” y otras sentencias semejantes que nos invitan a no apostar por las
segundas oportunidades.
Tenemos miedo. Tememos
y padecemos los males de lo que puede salir mal antes de intentarlo. Preferimos
la soledad en compañía que la compañía en solitario. Somos así. Empeñados en no
sufrir apartamos la felicidad con un plumero por si se torna en dolor rápidamente.
Preferimos estar hibernando en la opacidad de los sentimientos muertos, en la vaciedad
de las rutinas diarias y en la estupidez de las soledades no decididas, antes
que apostar por la plenitud de nuestra alma.
Una de las cosas
más importantes es saber lo que uno quiere, pero sobre todo lo que no quiere. Si
focalizásemos nuestra intención en lo que de verdad nos produce felicidad
seguro lograríamos la voluntad y fuerza suficiente para conseguirla.
No podemos dejar
escapar nada. Yo, al menos, estoy dispuesta a no perder ni un segundo de la
felicidad que esté reservada para mí. Ojalá sea capaz de verla cuando pase
cerca y siga dispuesta a gozarla profundamente, en todo su ancho y su largo,
dentro de mi corazón.
Querida florynata, amiga, hermana,tengo 49 años, dos hijas adolescentes y un cáncer de pulmón que aunque está dormido vive conmigo desde hace dos años.
ResponderEliminarCada día me levanto con la absoluta confianza de que la felicidad está por llegarme,que lo mejor me espera y que me quedan muchos bombones por comerme, lo se y esa absoluta seguridad es la que me lleva a disfrutar de la vida incluidos los bajonazos que me pega,porque cada vez que me caigo me levanto mucho mejor y mas fuerte.