La ausencia de sentimiento parece que tuviese sus ventajas pero en realidad nos instala en un vacío demoledor que nos deja insensibles ante lo que más debería importar en esta vida.
Creemos que la mejor forma de recuperarnos de un fracaso es llenar nuestro interior de indiferencia para que nada nos duela. Si no amamos no sufriremos pero tampoco creceremos, gozaremos, haremos felices y lo seremos.
La indiferencia mata. Deja yermo el corazón y como un campo de batalla arrasado por la guerra, permanece en estado letal esperando un milagro. Pero la magia solo tiene un camino y recorre el mismo sendero del que queremos apartarnos. No hay cura para él sino a través del amor.
Uno piensa que no amará nunca jamás. Evita, con todas las fuerzas, que el brillo de un nuevo sentimiento aflore en el alma y evade cualquier ápice de emoción que se desprenda de lo que llega. Sin embargo, no somos conscientes de que el amor entra por cualquier rendija y se instala sin pedir permiso. Y lo hace porque en el centro de este corazón sagrado que nos mueve está la eterna necesidad de beber de la fuente original y esta no es otra cosa que AMOR.
Queremos protegernos de lo que genera la vida y la hace girar desplegándola por todos los lados. Huimos de ello porque tememos. El miedo al fracaso encierra en un baúl todas las posibilidades de ser felices.
Sin duda, debemos aprender a serlo desde el interior, por nosotros mismos y en nosotros mismos. Pero es innegable que hay dos pilares enormes que sostienen el alma en la cima de la excelencia y son el agradecimiento y la capacidad de compartir.
Hemos de agradecer una y mil veces lo que tenemos evitando enfocarnos en lo que nos falta porque de esta manera se refuerza la vibración de lo que está bien en nuestra vida, por poco que sea, y se abre un espacio vacío para que sintonice con más abundancia aún. Compartir, por último, es el acto de amor más decisivo para que nos envuelva esa sensación única de actuar, ser y sentir a golpe de corazón. Nos vaya bien o mal. Eso, al fin y al cabo importa menos que ser fieles a nosotros mismos. Eso, en definitiva será siempre algo pasajero que también pasará.
Compartimos el universo y somos uno en todas las manifestaciones de vida que emanan en cada átomo del inmenso mar en que estamos sumergidos.
ResponderEliminarSomos chispas del Creador que vibran a unisono...solo aprendemos a sintonizarnos en la misma frecuencia.
...!
Sí mi estimado anónimo!!!...así es por eso alcanzar la vibración amorosa es la meta más sublime de todas...solo en ella nos encontramos con la unicidad*
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