“La ira jamás carece de motivo, pero raramente tiene un buen motivo”.Benjamín Franklin
Con esta frase iniciamos la reflexión de hoy sobre un tema
Tan importante como el de la emoción negativa más demoledora que podemos sentir y proyectar. En ocasiones constituye una reacción sobre las personas más cercanas al iracundo que nada tiene que ver con el motivo que la originó y que casi siempre se muestra desmedida e injusta. A veces, la ira convertida en agresividad intensa se expresa sobre el/la más débil para no enfrentarse con la verdadera causa que la origina. Hay una especie de cobardía implícita en ello. Algo se pierde en la mente y en la conciencia del iracundo; es como si el sentido del equilibrio se desajustase en ellos y en esa desorientación, convierten una reacción natural de lucha dispuesta para acometer un peligro, en una amenaza continua cuando éste no aparece. Lo peor de todos es que alguien sufre las consecuencias, además de uno mismo. Que nunca la ira es gratuita y que siempre tiene nefastas consecuencias porque sobre todo genera a su alrededor un pánico incontenible que invalida a quienes la sufren. Cuando la ira es observada además de sufrida tiende a hacerse modelo de comportamiento y a ser, inevitablemente, imitada. Los niños que se comportan con ira, generalmente han sido testigos y víctimas de ella. Es una reacción insana que se produce cuando en el interior se agotan los recursos del razonamiento lógico y el dictado bondadoso del corazón. Es una revolución caótica de sentimientos de represión, impotencia e ineficacia que explota sin medida arrojando veneno en todas las direcciones.
También la ira puede hacerse parte de la conducta y estallar sin causa aparente para conseguir el temor en los demás. El iracundo empieza a disfrutar con el miedo de los otros y a sentir una sensación agradable cuando el resto le temen. Ese es el punto peligroso donde hay que intervenir.
La reacción que tengamos ante la persona llena de ira es fundamental para que estos depongan su actitud. Esto podemos aplicarlo a los comportamientos de imitación de un niño, igualmente.
· Lo primero es aparentar NO sentir miedo, sino firmeza y claridad mental ante lo que está sucediendo.
· Contestar con serenidad al problema que ha generado la ira, no al iracundo. Es decir, no perder de vista qué ha sucedido para tratar de resolverlo en vez de reaccionar a la expresión de la ira.
· Manifestar no entrar en el juego de la agresividad, ya que muchas veces la ira se alimenta de la respuesta del que la sufre, para posponer la discusión hasta que la persona sea capaz de razonar; con ira nunca se puede.
· Comenzar por entender al iracundo, por hacerle saber que se le comprende pero que no es el camino adecuado para resolver los problemas, que en último término es lo que importa.
· No aceptar apoyos argumentales que se basen en sucesos del pasado. Centrarnos en el presente, en el aquí y el ahora, porque ese es el tiempo en el que hay que resolver lo que suceda.
· Mostrar afecto hasta en la natural sensación de rabia y desprecio por el iracundo, porque en el fondo es lo que están reclamando a gritos desde su desesperación agónica y descontrolada.
· Nunca reaccionar entregando la misma moneda. El mal devuelto por mal siempre termina destruyendo cualquier posibilidad de salvar las relaciones.
En el fondo sentir, proyectar y vivir con ira es digno de lástima porque nadie puede ser feliz dentro del veneno que daña, en primer lugar a quien lo siente y que poco a poco va destruyendo lo que de humano quede en él. Ayudar, en este caso, es un acto de profundo amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario