Siempre
se ha dicho que la sobreprotección tiene muchas desventajas y que pasa factura.
El límite entre lo que se debe amparar a un hijo, un hermano, un amigo, un
compañero o una pareja es difícil de establecer.
La
polémica salta en el hogar y en la infancia porque de ahí arrancará más tarde
lo que uno pida a la vida y lo que uno espera de los demás. Es como un estigma.
Algo que se mete dentro y que determina tu forma de presentarte en el mundo y
moverte en él.
Nada
hay más agradable que estar arropado por
el sentimiento de cuidado. Nada tan delicioso como saber que detrás de
ti hay alguien para evitar la caída y saber que si guarda la necesaria
distancia podrás crecer con fortaleza y autoestima.
Pero
sentirnos protegidos puede llegar a suponer una necesidad tan fuerte como una
droga; necesidad que se convierte en una búsqueda continua de ese mismo privilegio.
La
vida no es sencilla, ni coloca un colchón de plumas esperando nuestros
quebrantos. No es justa, no es suave, no es dulce y no tiene compasión cuando
añade sufrimiento al que ya sufre. Posiblemente tengan razón los que defienden
que hay que preparar a quienes amamos para los golpes, sin embargo no puedo
creer que nada pueda aprenderse si no es con el resultado de la experiencia
propia.
Haber
sentido la protección cuando éramos pura debilidad también ayuda a sobrellevarla.
Uno sabe que le quisieron, que le defendieron o que le apoyaron cuando lo
necesitó. Lo peor son las raciones añadidas porque saben tan bien que siempre
queremos seguir recibiéndolas.
Bendita
protección que nos deja en los brazos de la ternura y el afecto
incondicionales; maldita necesidad que se repite y se devora a sí misma en
favor de seguir siendo niños con todos los inmensos privilegios de quienes han
sido arrullados entre sonrisas, besos y
palabras amables.
Más
tarde, uno también aprende que ese recuerdo debe ser una fuente inagotable de
fortaleza para encarar las dificultades que llegan, una y otra vez, de las
personas que esperas y de las que ni te lo imaginas.
El
debate no estará nunca resuelto porque todos estilos educativos tienen un
precio. En cada uno de ellos hay una factura que pagar y si no…mirémonos
despacio y veamos cuál es el que hemos pagado nosotros.
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