Hoy
leí algo que me dejó pensativa: …”Amplía tus limitaciones y encontrarás la
verdadera medida de tu poder.
Demóstenes
agravó su dificultad para superarla con creces. Ante el conflicto de saber que no era capaz de
pronunciar las palabras unidas, metió piedras en su boca hasta que logró
verbalizar las frases de forma seguida.
Una vez conseguido sacó las piedras y su tartamudez había desaparecido.
Así
que vamos a tener que agravar voluntariamente la dificultad para ser independientes,
hacer un esfuerzo mayor, trabajar más, ejercitarnos en algo…ampliar nuestros
límites y poder decir finalmente: “La dificultad que tenía era insignificante,
una verdadera tontería.”
En
ocasiones, lo experimentamos cuando aparece la queja. Basta que nos quejemos de
algo para que las circunstancias se agraven y además del motivo de ella,
aparezcan otros nuevos que la empequeñezcan.
Lo
importante es reconocer lo que nos sucede y cómo somos. Saber dónde está
nuestra debilidad y qué alcance abarca. Pero sobre todo, recordar que una
persona no está acabada cuando se cae, sino cuando deja de levantarse.
Hay
personas que no son capaces de resolver sus conflictos y, sin embargo, quieren
resolver los problemas de todo el mundo. Cuando no resolvemos primero nuestros
problemas sino que tratamos de resolver los de los demás, nos estamos
enfrentando al conflicto equivocado. Las dificultades tienen el propósito de
que nos mejoremos a nosotros mismos, que
nos ayudemos a crecer, no a que nos amarguemos sin remedio.
Los
temores que se instalan en la mente crecen desmesuradamente con nuestro aliento
porque estamos siempre dispuestos a apoyarlos antes que a despedirles cortésmente
y abrir la puerta a lo bueno que esté por venir.
Debemos
estar seguros de que la mejor ayuda está al final de nuestro brazo y que por
mucho que busquemos, somos nosotros mismos, al cien por cien, la persona idónea
a la que nos tenemos que unir.
“El
hombre nace libre, responsable y sin excusas”. (Jean-Paul Sartre)
¿Y
tú?
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