Cuando la vida
nos pone en apuros, entre otras muchas cosas, nos está pidiendo que nos
prestemos atención.
Para salir de
una crisis profunda es necesario emprender un viaje cuyo destino es un
cambio de conciencia, por eso se dice que los conflictos grandes suelen ser
también grandes oportunidades.
El viaje es
solitario, aunque contemos con mucha ayuda.
Nos
enfrentamos a nosotros mismos.
Todos llevamos
a cuestas miedo, rabia, humillaciones y vergüenza. Todos.
Y en diversos
momentos de la vida toca poner orden y hablarnos sin palabras a nosotros mismos
con franqueza.
Para eso
es imprescindible parar y alejarnos de las distracciones.
Cuando yo
intento hacerlo, mi mente se desborda.
Necesito mucho
amor y mano izquierda para conmigo misma para, poco a poco, ir dejando salir
los pensamientos horrorosos que me asaltan.
No soy el
miedo, ni el dolor, ni la angustia, ni el fracaso, ni la rabia, aunque estos
sentimientos forman parte de mí.
Puedo
sentirlos, revivirlos prestarles atención y, con mucho mimo, mecerlos hasta
dejarlos tranquilos, como bebés dormidos, en mi corazón.
Entonces la
mente aliviada descansa, se siente comprendida y me permite acercarme a todo lo
bueno que hay en mi vida.
Yo no
soy el ruido ensordecedor que encierra el silencio cuando estoy callada. Eso lo
sé, he podido comprobarlo.
También sé que
cuando mi intención es amorosa y no me refugio en la pena, o en la culpa ni me
juzgo, se enciende en mi interior una luz que me guía.
Florece la
sabiduría, el sentido común, la armonía y lo que ayer era un muro infranqueable
lo paso con un saltito que puede dar hasta un niño.
Antes de
arrojar la toalla hay que recurrir siempre al silencio. Él es el guardian de
las puertas del alma.
Merce Catro
Puig
autora del
libro "Volver a Vivir"
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