La vida pasa muy deprisa, incluso
cuando pasa mal. En poco tiempo nos encontramos con el recuerdo de ser unos
niños jugando ilusionados con cualquier cosa, a la imagen de ser unos jóvenes
que querían triunfar en el mundo, a la realidad de encontrarnos con que los
días se suceden unos a otros haciéndonos mayores.
A veces me pregunto si los años nos
depositan en la línea exacta entre la juventud y la edad adulta, o entre ser
maduro y anciano. Si realmente hay un momento en el que la vida empieza a pesar
y los recuerdos son más constantes que los proyectos de futuro.
No hay tiempo concreto, ni edad, ni
barrera que pasar de forma definida. No hay un estatuto que marque la línea
divisoria, no hay un código que establezca el límite. De hecho hay personas que
nacen con la vejez en el corazón y otras que siendo ancianas mantienen toda la
frescura de la juventud, en él.
Me pregunto que marca la diferencia.
Siempre he querido saber por qué la edad no es determinante de nada. Y una y
otra vez caigo en el mismo pensamiento. Lo que da la medida es la ilusión por
saber, por experimentar, por seguir un minuto más, un día más… la esperanza de
creer que aún quedan horas para nosotros por vivir, sucesos que gozar y
personas a las que amar. Esa es la verdadera juventud aderezada, eso sí, con
una dosis importante de buen humor, de tolerancia, compasión y entusiasmo por
la vida.
Habrá ocasiones en las que no sepamos
de dónde sacar estos ingredientes. Lástima que no puedan comprarse en un
supermercado, ni puedan cederse o traspasarse de unos a otros. Lo único que nos
puede suceder es encontrarlos como regalo alguna vez, pero hay que estar
atentos y no dejar pasar la ocasión de desenredar el lazo y ver lo que hay
dentro cuando alguien nos lo entrega.
Si
nos ofrecen este paquete lleno de entusiasmo hay que recogerlo sin demora y
agradecer infinitamente que llegue hasta nosotros porque ese es el secreto de
la eterna juventud. El único que iluminará nuestro rostro para siempre, el que
cederá a nuestra sonrisa el brillo inmenso de permanecer siempre jóvenes en la
historia milenaria de nuestra alma.
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