Estoy
segura que pocas personas no habrán tenido un deseo imposible, un objetivo
imposible o un amor imposible.
Creo que me está llegando el otoño antes de
tiempo. Hoy estoy nostálgica. Llena de lo imposible. Resignada a ello.
Convencida de ello.
Realmente,
el amor que se vive en un futuro imposible
es, tal vez, el más vivo, el más explosivo, el que a base de perderse en el
tiempo se encuentra en el momento. Lo absoluto de su dificultad supone un valor
añadido de encanto, entusiasmo y desesperación que aporta todo el fuego que la
serenidad de lo seguro apaga.
Sin
embargo, lo imposible tiene también tonos oscuros. Lo impreciso de su figura,
la bruma en su horizonte, las dioptrías en la lejanía.
“Hay
que vivir el momento” …estamos acostumbrados a oír. “El presente es lo que
importa”…exclaman todos los libros de autoayuda modernos. “Carpe diem” …
alentaba la literatura clásica. “Aquí y Ahora”…mantienen los conferenciantes
líderes en psicología conductual.
Es
verdad. Solamente tenemos el presente pero qué sería éste sin las ilusiones y esperanzas
que están siempre proyectadas en el futuro. Posiblemente necesitamos un mañana
cortito, un pasaje al más allá de lo inmediato que no se diluya en el farragoso
tiempo lleno de nada que ha de venir.
He
aprendido que solo el presente no sirve. Que hay que avanzar en los deseos, que
progresar en las metas y tener algo por lo que seguir, también mañana.
Lo
imposible es un enigma. La magia existe y si no es un hecho real, al menos, la
inventaré para poder continuar porque de otra forma, si pienso en “mi insostenible”
tomaría otro camino en cuya senda no volviese a encontrarme con lo irrealizable.
Está
cerca el otoño. Lo presiento.
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