Efectivamente
el pasado es recurrente, a veces. Nos quedamos pegados a los sucesos, al sabor
dulce que nos dejó en la boca lo que vivimos, al aroma delicioso de lo que nos
encandiló. Sobre todo, nos demostramos, una y otra vez, que somos tremendamente
creativos. No dejamos de inventar problemas con los recuerdos, ni olvidamos una
simple coma de lo que sucedió.
El
pasado está ahí. No se puede borrar, ni se debe. Si fue espectacular nos
servirá de colchón para surfear en las profundidades del presente y si por el
contrario, estuvo lleno de dolor nos habrá enseñado lo que debemos evitar la
vez siguiente.
Los
que vivimos a golpe de corazón caemos muchas veces en la misma piedra y lo peor
es que la terminamos cogiendo del camino, hasta que un día nos la llevamos bajo
el brazo para no perderla de vista. Y cargamos con su peso, al que añadimos el
de los pensamientos con los que elaboramos castillos sobre lo vivido. Y es que
cuando uno repasa lo que recuerda lo hace de otro modo a como fue.
Perdonamos
lo malo con mucha facilidad y sin embargo, como por arte de magia, lo bueno,
aunque haya sido escaso, parece ser siempre protagonista de nuestro desvelo.
Es
importante hacer listados. Alguna vez he hablado de las columnas. Una de los
aspectos positivos, otra para los negativos y ojalá en esta segunda mantengamos
la buena memoria.
Repasemos
después si merece la pena quedarnos atascadas en el pasado. Si es lícito
comparar situaciones nuevas con ideas extrapoladas de la realidad que ya no
existen y que tal vez nunca existieron. Si realmente debemos sacar lo viejo
para dejar entrar a lo nuevo. Y si finalmente, lo que recordamos de lo vivido
es lo que realmente pasó. Fantaseamos con bondades que a veces solo existieron
en nuestra mirada, en nuestros oídos o en nuestro corazón.
Hay
que anclarnos en el presente, que es nuestro único momento posible. Incluso el
futuro es un simple presente continuo que vamos desgranando poco a poco, sin
sentir que ha cambiado el tiempo y que es ese momento que tanto hemos temido o
añorado.
No
pasa nada. En realidad, nunca pasa nada. La vida sigue siempre, contigo y aún
sin ti. Lo único que queda es no perderse ni un segundo, de nada, incluso de lo
peor. Todo sirve para sobrevivir.
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