No entiendo el amor con otro furor que el que le es propio cuando sucede. No creo que importe la edad porque el sentimiento no va ligado al cuerpo, sino a un sutil estado del alma que no envejece.
Lo amores en los que aparecen, en el principio, las palabras: serenidad, tranquilidad, sosiego, calma, aplomo, equilibrio… y un sin fin de adjetivos más…no me parecen amor. Cierto es que todas esas acepciones son el resultado de un “buen amor” y del tiempo en el que se viva como tal. Pero no soy capaz de asumirlas como inicio.
El amor tiene que revolver el estómago, sacudir todos los órganos por dentro, minar las venas y hacer estallar el corazón. Y no digamos del pensamiento. En ese nido se instala y hecha raíces. La persona chorrea por tu cerebro hasta la punta de tus pies. Te invade su olor, su presencia, sus modos, el peculiar acento de su voz o esa mirada única que pareciese que has descubierto por primera vez para siempre.
No puede ser de otro modo. Los acomodos, si suceden desde un principio, son sospechosos. Ya llegarán, pero no hay prisa porque de parar las sensaciones únicas que provoca el amor y convertirlas en otra cosa…se encarga la vida.
No hay kilates en el amor. Ni es de oro ni de plata, ni joven ni viejo, ni cercano ni lejano. Simplemente es o no es.
Así lo vivo. Así lo he vivido siempre.
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