Me
he convencido que lo más importante es el equilibrio, la neutralidad emocional
y el darse importancia a uno mismo.
Nos
han bombardeado con la inconveniencia del mal entendido “egoísmo”.
La
educación que hemos recibido nos ha deformado, a veces, y este es uno de los
casos.
Nuestros
padres nos enseñaron a ayudar a los demás, a soportar algunos de los daños
ajenos, a estar por detrás de los que amamos, a respetar lo ajeno hasta perder de lo nuestro y a un
sinfín de posposiciones en las que siempre estamos detrás y nunca delante.
Si
se trata de los hijos, son lo primero; si de nuestra pareja lo único; si de las
amigas, por delante, incluso de las conocidas/os a los que antes de ofender nos
mordemos la lengua, a no ser que tengamos alguna patología sociópata.
En
realidad, parece que nosotros no existimos. Si nos damos un capricho parece que hemos cometido una aberración, si decimos “no” parece que
estamos faltando a alguna norma, si nos afirmamos en algo lo hacemos bajito o
sin la fuerza necesaria para que se nos considere.
Por
eso, hay que ponerse en la primera línea de nuestra atención. Y preguntarnos:
¿Qué es lo que nos hace sentir bien?. Ese es el criterio para actuar,
responder, reaccionar o tomar decisiones.
Ser
“egoísta” equivale a querernos sin avasallar al resto pero sin dejar que nos
ladeen; es tener en cuenta nuestras
emociones, valorar lo que nos hace sentir profundo y actuar en consecuencia.
Se
trata de ponernos en primera línea de nuestra visión. De no confundirnos con el
resto, por muy cercanos que estén, porque tal vez nos sorprenda que los otros
sepan reivindicar su propio “egoísmo” y cuando menos lo esperemos creamos lo
que no es.
Colócate
delante de ti. Eres lo más importante porque
siempre estarás contigo.
No
te falles.
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