Hay
muchas cosas temibles, pero una de ellas es ésta. La sensación de abandono está
acompañada de indefensión además de conllevar la pérdida de algo valioso, de lo
que amamos o nos acompaña y que perdemos sin remedio.
Sentirse abandonado es como estar
desnudo entre la gente. Es como desear caricias y sentir ráfagas de viento
frío; como necesitar oxígeno y respirar humo.
No encuentro sentimiento tan fuerte
como el que acontece en el corazón de quienes creen haber sido abandonados por
sus madres. El abandono con cualquier matiz es siempre asfixiante.
En el aire flota siempre la pregunta
del por qué. Uno no encuentra razones
para que le aparten del amor por muy mal que nos vaya. Cuando amamos, desde el
centro del corazón, todo parece banal frente a este sentimiento y realmente,
por encima de todo le ponemos a él perdonando y perdonándonos todo.
Entonces, en esos momentos de profunda
soledad del alma, cuando le falta lo que anhela tanto, es cuando los sueños
comienzan a tomar forma, cuando todo se subordina al deseo del reencuentro y
cuando el sentimiento de desamparado sirve de trampolín para comenzar la
búsqueda…de quien nos abandonó o de quien pueda sustituir las ansias de amar,
de algún modo.
Y es que,
al fin y al cabo, amar y sentirse amado es lo mejor que nos puede pasar. Lo contrario nos hace rozar esta sensación
amarga del abandono.
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