Debemos tener una pasión siempre para que la vida no pese, no abrume, no encarcele o no anule.
No me estoy refiriendo a una pasión amorosa, en concreto. Aludo a que estemos gustosos con lo que hacemos, que nos agrade lo que, a veces, por obligación nos vemos obligados a realizar. Que seamos capaces de transformar lo molesto en interesante.
Todo se reduce a una especie de juego, cuando la pasión por algo no es natural. Muchos/as tenemos una profesión vocacional que ha sido una fuente de felicidad inmensa en nuestra vida, pero no todos/as cuentan con la misma suerte. Por este motivo, necesitamos inventar algo que logre convertir la incomodidad de hacer lo que no gusta, en la satisfacción de realizar algo interesante.
Siempre hay algo bueno en lo malo, siempre un trabajo que no es de nuestro agrado puede contener un aspecto que nos dignifique, un aprendizaje que luego podamos transferir a otro ámbito de la vida; momentos satisfactorios que podemos encontrar en pequeñas búsquedas de sentido para lo que nos disgusta.
La pasión en la vida es el motor que nos impulsa para dar sentido a ésta. Si no la encuentras en lo que haces, incluso en lo que amas…debes inventarla. Juega a crearla, haz que lo que es un “deber”, sea un “querer”. No hay otra forma de estar ilusionado con la vida. Ella ofrece mucho, solamente que a veces no lo sabemos ver ni logramos disponerlo a nuestro favor.
Empieza por pequeñas “pasiones” que ya existan para ti y analiza que es lo que te gusta de ellas. Comprenderás qué pizca de sal debes añadir a lo que no te entusiasma.
Ninguna película puede reflejar mejor esta transformación como “La vida es bella” o el propio “Don Quijote de la Mancha”. En ambos casos, convierten un mundo infame, o que no encaja en su modo de ser o pensar, en “otro” lleno de fantasía e ilusión.
Podemos probar en nuestros propios entornos a encontrarla, aunque esté ausente. Cambiará gratamente nuestro sentir diario.