Muchas
oportunidades las perdemos por no atrevernos a saltar la berrera de nuestros
miedos.
Miedo
a la crítica de los demás, miedo a la desconfianza en nuestras posibilidades,
miedo a los propios convencionalismos que campan a sus anchas dentro de
nosotros; miedo a lo que nos dijeron nuestros padres que era “lo correcto”,
miedo a faltar o miedo a sobrar.
Hay
que comenzar por diseñar una escalera pegada al muro gigantesco del miedo.
Cuando
logramos dar un pequeño salto sobre los peldaños de esa escalera y alcanzamos
el primero, estamos dando la mano al miedo y le estamos invitando a subir con nosotros
pero no como enemigo, no como adversario, no como contrincante; sino como
compañero compasivo que nos cederá el paso hacia la victoria.
Hay que atreverse a dar pequeños pasos. El
camino se abre en ese tránsito paulatino y lento que iniciamos. Si nos
atrevemos “a”… sentiremos una satisfacción inmensa. Una amplitud en el pecho
que nos hará sentirnos poderosos; nos dejará el poder de sobrepasar nuestros
límites, tantas veces auto impuestos.
Podemos
empezar por poco. Atreviéndonos a cositas pequeñas. A variar rutinas diminutas.
Podemos empezar por una partícula…y seguir gota a gota, muy despacio hasta
lograr situaciones de cambio que empiecen a empoderarnos.
Los
cambios bruscos nunca son buenos, ni a veces posibles sin un desequilibrio.
Pero si el cambio depende de ti siempre podrás dirigirle.
Gota
agota…sorbo a sorbo…bébete tus miedos y haz algo diferente enfocado en lo que
te gusta.
La
puerta está abierta, solo tienes que dar un pequeño paso para cruzar el umbral
y al otro lado encontrarás lo mejor de ti.
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