Continuamente hablamos con nosotros. Mantenemos un diálogo
interno en el cual somos juez y parte. Conversamos sin cesar. Lo peor es el
sentido y la dinámica de nuestras propias confidencias. Si nos damos cuenta
veremos que no hay persona con la que hablemos más, porque hasta cuando estamos
con gente, continuamente evaluamos lo que vivimos y de ahí se genera nuevamente
un debate interno mediante el cual vamos cimentando el escenario en el que nos
movemos.
Lo peor no es
tenernos enfrente cara a cara en el interior. Tampoco que nos hablemos
valorando cada persona, circunstancia o situación que vivimos, lo más
complicado es que este diálogo no nos mantenga en alerta permanente contra todos
y contra todo y sin embargo lo hago contra nosotros mismos en un juicio sin fin
en el que siempre perdemos.
Es difícil evaluar la realidad porque hay muchos factores
que entran en juego. Los referentes internos basados en creencias exageradas, a veces, o
distorsionadas por lo que hemos vivido anteriormente, van condicionando nuestro
juicio sobre la cantidad de bondad o maldad que tiene cada situación para
nosotros.
En el fondo todo se resuelve en términos de afecto. Me
gusta, me hace sentir bien, estoy cómodo, me ilusiona, me fascina, me llena de
plenitud…o por el contrario, me molesta, me incomoda, me hace estar alerta, me
desespera, me irrita, me entristece…son estados emocionales que inequívocamente,
aunque sea de modo inconsciente, se desprenden de cada circunstancia que
vivimos. Esa valoración vital del día a día y de las personas que se cruzan en
nuestro camino, nos acercan o nos alejan de lo que vamos viviendo.
Si pudiésemos seguir estos estados internos, basados en las
sensaciones y en la intuición que aporta lo que tenemos delante de nuestro
corazón, posiblemente habríamos encontrado el camino hacia las relaciones
exitosas y por tanto a la felicidad.
Pero esto no es posible. Uno tiene que soportar situaciones que le desagradan y
aprender a rodearlas y tiene que gozar con aquellas que le hacen feliz y
aprender a disfrutarlas.
Hablar con nosotros mismos tiene un precio muy alto cuando
lo hacemos mal, porque el resultado de nuestros juicios suele ir en nuestra
contra. Estamos acostumbrados al sufrimiento, a la infravaloración y al
victimismo. A sentirnos solos, a considerar que, a veces, nada está a nuestro
favor y a condenarnos por ello, como personas que rozan el infortunio.
Tenemos
la necesidad de cambiar los pensamientos que nos acompañan porque si solamente
son verdugos que ejecutan sentencias y abren brechas en el corazón, acabaremos
muy mal. Hay que seguir el instinto de supervivencia y disponer la mente a
nuestro favor. Para ello, empezaremos por defendernos, hasta el extremo, de
cada mínima idea que quiera enfrentarnos a nosotros mismos y antes de perdonar
al contrario, comencemos por sentir compasión de nuestro pequeño corazón lleno
de ganas de amar y ser amado.
Empecemos, pues, a amarnos nosotros…y el resto si quieren
acompañarnos serán bienvenidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario